Rumbo a la Alta Guajira.
La Guajira, tierra salvaje habitada por los indios Wayúu, indios bravos, duros, que muy tardíamente pudieron ser sometidos por la "civilización". Es rumbo a estas tierras que me dirijo luego de atravesar la frontera entre Venezuela y Colombia.
Junto con Dmitry decidimos hacer una parada a almorzar en la ciudad de Maicao, en el lado Colombiano de la Guajira. Nos instalamos en la plaza principal de la ciudad, y comenzamos a cocinar. Como siempre yo pico las cebollas y las zanahorias y él se encarga del resto. Lentamente la gente del pueblo se comienza a agrupar a nuestro alrededor. Los Colombianos son curiosos y amigables por naturaleza, por lo que nuestra llegada con esas enormes bicicletas completamente cargadas, y sobretodo el hecho de cocinar con una cocinilla en una plaza pública, atrae completamente su atención.
Alrededor de cuarenta personas se agrupan a nuestro alrededor y nos hacen toda clase de preguntas asociadas a nuestro viaje. Aprovechamos el momento para indagar en las características de la Guajira, el estado de los caminos, y el nivel de presencia de la guerrilla y los paramilitares en el sector. La gente de la ciudad les teme enormemente a los Wayúus. Nos hablan de indígenas malos, que comúnmente asaltan en los solitarios caminos, que queman los vehículos de la policía, y una serie de cosas que disuadirían de entrar a la mayoría de las personas. Dado la información negativa recibida, con Dmitry decidimos pedalear rápido hasta Uribia, un pequeño pueblo en medio de la Guajira, y corroborar la información, para luego decidir si subiremos o no hasta el extremo norte de la península.
Al llegar al pueblo, como siempre, los niños salen a recibirnos, y luego de algunas preguntas de rigor nos encaminan hacia la policía, lugar en el que preguntamos por la posibilidad de colocar nuestras carpas. Lamentablemente no tienen espacio disponible, pero nos ofrecen instalarnos en la plaza con una patrulla vigilando nuestro campamento, para que así pudiésemos estar seguros.
Nos instalamos, y comenzamos a cocinar la cena. El lugar nos parece tranquilo, pues los niños juegan en las calles por la noche (un excelente indicador de seguridad). Durante este tiempo, se nos acerca "El Guajiro" un local trotamundos que con éste sobrenombre es conocido en el resto de su país. Nos parece excelente, pues la gente "común" tiene mucho miedo de los indígenas, y la opinión de un tipo como éste puede ser mas acercada a la realidad. Nos comenta que el sector es peligroso, que la presencia de los paramilitares es muy fuerte, y que existen plantaciones de Coca en los alrededores, pero que nosotros como viajeros en bicicleta causaremos curiosidad, y en la medida en que no busquemos problemas, simplemente no los tendremos. La simplicidad de su respuesta, y nuestros corazones deseosos de aventura, nos hace decidir seguir camino hacia la Alta Guajira. Luego de esta decisión, el guajiro nos contacta con el dueño de un club de billar, quien nos dice que después de las 10 pm podremos dormir en las instalaciones, bajo techo y completamente seguros. ¡Que mejor!
Al día siguiente, nos levantamos temprano y emprendemos camino hacia el Cabo de la Vela. Tomamos los primeros kilómetros por la trocha principal, a un costado de la línea del tren que termina en Puerto Bolívar. En este tramo del camino conocimos a Hernando, un motoquero Colombiano, quien junto a su esposa, se encuentran recorriendo su país durante el último mes. Nos comenta que este tren es muy famoso, pues en diversas ocasiones ha sido atacado por los paramilitares. Hablamos de nuestros viajes y quedamos de juntarnos en Cabo de la Vela a tomarnos unas cervezas.
El se nos adelanta (dado la diferencia de velocidad de una moto contra una bicicleta) y nosotros comenzamos a acercarnos a los Wayúus, pues a eso hemos venido, a conocer el espíritu salvaje de Latino-américa y sus habitantes. Hacemos una parada junto a una laguna a un costado del camino, los indígenas comienzan a acercarse a nosotros. No mostramos miedo, pues no lo tenemos, y comenzamos nuestras primeras conversaciones con estos enigmáticos pobladores. En un rudo español nos comentan donde viven, quienes son sus hijos, y tocan y preguntan por todo nuestro equipaje. No nos parecen malas personas, es una buena primera impresión.
Luego de pedalear algunos kilómetros mas, nos acercamos a un Wayúu, el cual descansaba en su hamaca en el patio de su casa, y le preguntamos como llegar al Cabo de la Vela. Nos explica que existen senderos utilizados exclusivamente por los indígenas, por los que solo se puede transitar a pié o en bicicleta. En un principio sentimos una especie de recelo de entrar profundamente en sus territorios, y de pensar que las palabras de las personas en los pueblos fueran verdad. Pero luego otro indígena se ofrece a encaminarnos.
Pedaleamos algunos kilómetros con este personaje hasta llegar a un punto donde ya no hay mas divisiones de caminos, al frente nuestro una pequeña huella a seguir, rodeados de desierto, arbustos, cactus, y de muchos indígenas. El nos da su bendición, y nos dice: Solo sigan el camino, y que Dios vaya con ustedes.
Mi percepción de estas personas comienza a cambiar, las personas malas normalmente no tienen palabras de amor en sus bocas, por lo que comienzo a tener certeza de que como en todos lados, esta gente es buena, y quizás solo por hechos aislados, cometidos por una minoría de sus habitantes, su reputación ha sido ensuciada. O tal vez solo sea el miedo de la gente civilizada por lo desconocido, que hablan mal de ellos. Lo que me hace recordar a Surinam, país en el que muchos me hablaron de lo peligrosos que son los negros locales, sin embargo me encontré con la gente mas hospitalaria del recorrido.
Nos hemos ya adentrado en la Alta Guajira, a través de senderos conocidos solamente por los locales. Nos detenemos una y otra vez a observar la maravilla del paisaje, un semidesierto, cubierto de cactus, chivos y cabras por doquier.
La principal actividad de los Wayúus es la ganadería, lo cual se ve reflejado en la inmensa cantidad de estos animales que pueden ser vistos en prácticamente todos los lugares de la península.
Luego de algunas horas de camino, y cuando ya era momento de un descanso, en medio de este salvaje paisaje, una familia indígena nos llama, y nos invita cordialmente a pasar algunos momentos con ellos, para que nos podamos refrescar, y terminar nuestro camino al Cabo de la Vela. Nos muestran sus artesanías, y sus casas, y ya después de ésto me termino de convencer que la maldad Wayúu no es más que una simple mala reputación inmerecida de estos habitantes.
Al llegar al cabo de la vela nos volvemos a encontrar con Hernando, el motoquero, quien nos invita a compartir algunos litros de cerveza, luego de lo cual, nosotros lo invitamos a compartir una cena de tallarines con queso, intercambiamos experiencias de viaje, y buscamos un lugar donde colocar nuestras hamacas. Excelente persona para conocer, quien poco a poco fue contándonos de la cultura colombiana, y su particular guerra contra la guerrilla y los paramilitares.
Dado la belleza escénica, con Dmitry decidimos parar a descansar en la playa del pilón de azúcar, donde se encuentra una bella y pequeña colina de carácter sagrado para los locales. Recordaba que cuando me encontraba en la guajira del lado venezolano, los indígenas me comentaron acerca de la casa de los muertos, un lugar en el que según la tradición, los espíritus van a descansar una vez llegada la muerte. En sus interiores se pueden escuchar cantos ceremoniales y otras cosas paranormales. Lamentablemente no pude encontrar ese lugar. Tal vez entendí mal la ubicación, o simplemente conocer ese lugar no me estaba reservado.
Luego del día de descanso playero, tomamos rumbo a Río Hacha. Esta vez el camino será bordeando la costa, por caminos aptos solo para caminantes o ciclistas.
Pasamos por en medio de una reserva repleta de flamencos, por caminos en medio de lagunas de sal, y kilómetros y kilómetros de playa. Una y otra vez el camino se acababa, momento en el cual era necesario cargar la bicicleta, hasta que un sendero nuevamente apareciera. Muy seguido también el camino se bifurcaba, instante en el cual se debe de aplicar el sentido de la intuición para no ir a dar a "cualquier parte de la península", y simplemente dirigirnos hasta nuestro destino en Río Hacha. Frecuentemente íbamos a dar al interior de una casa, simplemente siguiendo el camino, pero era un buen momento para cerciorarnos de que tan bien íbamos.
Al llegar la noche decidimos colocar nuestras carpas a orilla de mar. Mientras dormíamos se acercaron dos niños a ver quienes son los extraños que duermen en este lugar. No mas que alumbrar con las linternas para ver quien anda ahí, y los dos pequeños salieron corriendo despavoridos, quizás pensando que dos malandros estaban en sus territorios, quizás dos paramilitares pensaron. Al amanecer nuevamente los indígenas aparecen y comienzan a rodearnos, curiosos de saber quienes somos, y como es que llegamos hasta ahí. Gente muy simpática, aunque con una percepción de la vida totalmente diferente a lo conocido por mi, una visión mucho mas simple. No hablan mucho, sin embargo conversan entre ellos y pronuncian mucho la palabra paraco (Paramilitares), dado su simplicidad quizás ni siquiera nos asociaron a viajeros, sino simplemente a paramilitares.
Seguimos camino, muy seguido conversando con la gente local, intentando conocerlos de una manera muy general, hasta finalmente llegar a un camino convencional, el cual nos indicaba que Ríohacha ya está cerca.
Una vez en la ciudad colocamos nuestras carpas en la playa, al lado de carpas de hippies y a dormir, durante cuatro días recorrimos la Alta Guajira, en medio de buenos indígenas, paramilitares, y diferentes peligros, sin embargo hemos salido bien, y con este sentimiento de felicidad que solo el cumplimiento de los sueños y el deseo de aventura puede dar, llega el momento de un descanso seguro.
Junto con Dmitry decidimos hacer una parada a almorzar en la ciudad de Maicao, en el lado Colombiano de la Guajira. Nos instalamos en la plaza principal de la ciudad, y comenzamos a cocinar. Como siempre yo pico las cebollas y las zanahorias y él se encarga del resto. Lentamente la gente del pueblo se comienza a agrupar a nuestro alrededor. Los Colombianos son curiosos y amigables por naturaleza, por lo que nuestra llegada con esas enormes bicicletas completamente cargadas, y sobretodo el hecho de cocinar con una cocinilla en una plaza pública, atrae completamente su atención.
Alrededor de cuarenta personas se agrupan a nuestro alrededor y nos hacen toda clase de preguntas asociadas a nuestro viaje. Aprovechamos el momento para indagar en las características de la Guajira, el estado de los caminos, y el nivel de presencia de la guerrilla y los paramilitares en el sector. La gente de la ciudad les teme enormemente a los Wayúus. Nos hablan de indígenas malos, que comúnmente asaltan en los solitarios caminos, que queman los vehículos de la policía, y una serie de cosas que disuadirían de entrar a la mayoría de las personas. Dado la información negativa recibida, con Dmitry decidimos pedalear rápido hasta Uribia, un pequeño pueblo en medio de la Guajira, y corroborar la información, para luego decidir si subiremos o no hasta el extremo norte de la península.
Al llegar al pueblo, como siempre, los niños salen a recibirnos, y luego de algunas preguntas de rigor nos encaminan hacia la policía, lugar en el que preguntamos por la posibilidad de colocar nuestras carpas. Lamentablemente no tienen espacio disponible, pero nos ofrecen instalarnos en la plaza con una patrulla vigilando nuestro campamento, para que así pudiésemos estar seguros.
Nos instalamos, y comenzamos a cocinar la cena. El lugar nos parece tranquilo, pues los niños juegan en las calles por la noche (un excelente indicador de seguridad). Durante este tiempo, se nos acerca "El Guajiro" un local trotamundos que con éste sobrenombre es conocido en el resto de su país. Nos parece excelente, pues la gente "común" tiene mucho miedo de los indígenas, y la opinión de un tipo como éste puede ser mas acercada a la realidad. Nos comenta que el sector es peligroso, que la presencia de los paramilitares es muy fuerte, y que existen plantaciones de Coca en los alrededores, pero que nosotros como viajeros en bicicleta causaremos curiosidad, y en la medida en que no busquemos problemas, simplemente no los tendremos. La simplicidad de su respuesta, y nuestros corazones deseosos de aventura, nos hace decidir seguir camino hacia la Alta Guajira. Luego de esta decisión, el guajiro nos contacta con el dueño de un club de billar, quien nos dice que después de las 10 pm podremos dormir en las instalaciones, bajo techo y completamente seguros. ¡Que mejor!
Al día siguiente, nos levantamos temprano y emprendemos camino hacia el Cabo de la Vela. Tomamos los primeros kilómetros por la trocha principal, a un costado de la línea del tren que termina en Puerto Bolívar. En este tramo del camino conocimos a Hernando, un motoquero Colombiano, quien junto a su esposa, se encuentran recorriendo su país durante el último mes. Nos comenta que este tren es muy famoso, pues en diversas ocasiones ha sido atacado por los paramilitares. Hablamos de nuestros viajes y quedamos de juntarnos en Cabo de la Vela a tomarnos unas cervezas.
El se nos adelanta (dado la diferencia de velocidad de una moto contra una bicicleta) y nosotros comenzamos a acercarnos a los Wayúus, pues a eso hemos venido, a conocer el espíritu salvaje de Latino-américa y sus habitantes. Hacemos una parada junto a una laguna a un costado del camino, los indígenas comienzan a acercarse a nosotros. No mostramos miedo, pues no lo tenemos, y comenzamos nuestras primeras conversaciones con estos enigmáticos pobladores. En un rudo español nos comentan donde viven, quienes son sus hijos, y tocan y preguntan por todo nuestro equipaje. No nos parecen malas personas, es una buena primera impresión.
Luego de pedalear algunos kilómetros mas, nos acercamos a un Wayúu, el cual descansaba en su hamaca en el patio de su casa, y le preguntamos como llegar al Cabo de la Vela. Nos explica que existen senderos utilizados exclusivamente por los indígenas, por los que solo se puede transitar a pié o en bicicleta. En un principio sentimos una especie de recelo de entrar profundamente en sus territorios, y de pensar que las palabras de las personas en los pueblos fueran verdad. Pero luego otro indígena se ofrece a encaminarnos.
Pedaleamos algunos kilómetros con este personaje hasta llegar a un punto donde ya no hay mas divisiones de caminos, al frente nuestro una pequeña huella a seguir, rodeados de desierto, arbustos, cactus, y de muchos indígenas. El nos da su bendición, y nos dice: Solo sigan el camino, y que Dios vaya con ustedes.
Mi percepción de estas personas comienza a cambiar, las personas malas normalmente no tienen palabras de amor en sus bocas, por lo que comienzo a tener certeza de que como en todos lados, esta gente es buena, y quizás solo por hechos aislados, cometidos por una minoría de sus habitantes, su reputación ha sido ensuciada. O tal vez solo sea el miedo de la gente civilizada por lo desconocido, que hablan mal de ellos. Lo que me hace recordar a Surinam, país en el que muchos me hablaron de lo peligrosos que son los negros locales, sin embargo me encontré con la gente mas hospitalaria del recorrido.
Nos hemos ya adentrado en la Alta Guajira, a través de senderos conocidos solamente por los locales. Nos detenemos una y otra vez a observar la maravilla del paisaje, un semidesierto, cubierto de cactus, chivos y cabras por doquier.
La principal actividad de los Wayúus es la ganadería, lo cual se ve reflejado en la inmensa cantidad de estos animales que pueden ser vistos en prácticamente todos los lugares de la península.
Luego de algunas horas de camino, y cuando ya era momento de un descanso, en medio de este salvaje paisaje, una familia indígena nos llama, y nos invita cordialmente a pasar algunos momentos con ellos, para que nos podamos refrescar, y terminar nuestro camino al Cabo de la Vela. Nos muestran sus artesanías, y sus casas, y ya después de ésto me termino de convencer que la maldad Wayúu no es más que una simple mala reputación inmerecida de estos habitantes.
Al llegar al cabo de la vela nos volvemos a encontrar con Hernando, el motoquero, quien nos invita a compartir algunos litros de cerveza, luego de lo cual, nosotros lo invitamos a compartir una cena de tallarines con queso, intercambiamos experiencias de viaje, y buscamos un lugar donde colocar nuestras hamacas. Excelente persona para conocer, quien poco a poco fue contándonos de la cultura colombiana, y su particular guerra contra la guerrilla y los paramilitares.
Dado la belleza escénica, con Dmitry decidimos parar a descansar en la playa del pilón de azúcar, donde se encuentra una bella y pequeña colina de carácter sagrado para los locales. Recordaba que cuando me encontraba en la guajira del lado venezolano, los indígenas me comentaron acerca de la casa de los muertos, un lugar en el que según la tradición, los espíritus van a descansar una vez llegada la muerte. En sus interiores se pueden escuchar cantos ceremoniales y otras cosas paranormales. Lamentablemente no pude encontrar ese lugar. Tal vez entendí mal la ubicación, o simplemente conocer ese lugar no me estaba reservado.
Luego del día de descanso playero, tomamos rumbo a Río Hacha. Esta vez el camino será bordeando la costa, por caminos aptos solo para caminantes o ciclistas.
Pasamos por en medio de una reserva repleta de flamencos, por caminos en medio de lagunas de sal, y kilómetros y kilómetros de playa. Una y otra vez el camino se acababa, momento en el cual era necesario cargar la bicicleta, hasta que un sendero nuevamente apareciera. Muy seguido también el camino se bifurcaba, instante en el cual se debe de aplicar el sentido de la intuición para no ir a dar a "cualquier parte de la península", y simplemente dirigirnos hasta nuestro destino en Río Hacha. Frecuentemente íbamos a dar al interior de una casa, simplemente siguiendo el camino, pero era un buen momento para cerciorarnos de que tan bien íbamos.
Al llegar la noche decidimos colocar nuestras carpas a orilla de mar. Mientras dormíamos se acercaron dos niños a ver quienes son los extraños que duermen en este lugar. No mas que alumbrar con las linternas para ver quien anda ahí, y los dos pequeños salieron corriendo despavoridos, quizás pensando que dos malandros estaban en sus territorios, quizás dos paramilitares pensaron. Al amanecer nuevamente los indígenas aparecen y comienzan a rodearnos, curiosos de saber quienes somos, y como es que llegamos hasta ahí. Gente muy simpática, aunque con una percepción de la vida totalmente diferente a lo conocido por mi, una visión mucho mas simple. No hablan mucho, sin embargo conversan entre ellos y pronuncian mucho la palabra paraco (Paramilitares), dado su simplicidad quizás ni siquiera nos asociaron a viajeros, sino simplemente a paramilitares.
Seguimos camino, muy seguido conversando con la gente local, intentando conocerlos de una manera muy general, hasta finalmente llegar a un camino convencional, el cual nos indicaba que Ríohacha ya está cerca.
Una vez en la ciudad colocamos nuestras carpas en la playa, al lado de carpas de hippies y a dormir, durante cuatro días recorrimos la Alta Guajira, en medio de buenos indígenas, paramilitares, y diferentes peligros, sin embargo hemos salido bien, y con este sentimiento de felicidad que solo el cumplimiento de los sueños y el deseo de aventura puede dar, llega el momento de un descanso seguro.
Por la Costa Caribe
Temprano por la mañana salimos desde Ríohacha y tomamos rumbo a Santa Marta. Nuestra idea es llegar en dos días, para luego parar a descansar en este lugar, y reponer las energías gastadas en nuestro paso por la guajira. Atrás quedan los caminos pedregosos, arenosos y difíciles de transitar, ahora nos vamos por la carretera rumbo a Bonda, un pueblo en las afueras de Santa Marta. En mi experiencia (y dado mis gustos) he aprendido que siempre es mejor parar a descansar en un pequeño pueblo al lado de una gran ciudad, pues solo tomar un minibus y se puede visitar lo deseado, sin necesidad de soportar el ruido nocturno de las grandes urbes.
Alrededor de las 4 de la tarde del siguiente día llegamos a nuestro destino, nos ubicamos en casa de Yuly y Catherine, y nos aprestamos a conocer los alrededores.
Durante los días de descanso simplemente aprovecho para visitar la ciudad de Santa Marta, su centro histórico, sus playas, sus plazas. Me parece una bonita ciudad, y muy folclórica, como lo es toda Colombia y sus habitantes. Aprovecho de visitar el parque sierra nevada. En este lugar me dirijo hasta Pozo Azul, un bello balneario en medio de la montaña, y como la aventura siempre me llama, junto con Dmitry comenzamos a caminar río arriba por horas. Cascada tras cascada vamos avanzando, el paisaje selvático es maravilloso. En ocasiones debemos trepar la montaña, pues los posibles pasos a través del río los consideramos peligrosos, hasta que nos llega la oscuridad de la noche. No tenemos carpas, solo colocamos los sacos de dormir a un costado del río.
Mientras limpiaba mi lugar para dormir, al parecer destruí sin querer un nido de hormigas, pues por cientos comenzaron a atacarme, se las arreglaban para subir y con mucha fuerza me picaron. Luego de unos veinte minutos de dolor y de alejarme bastante del lugar, pude respirar tranquilo, me siento a meditar, y luego a dormir en mi saco. No volví a ser atacado.
A la mañana siguiente hicimos una jornada de caminata hasta El Campano, un pueblo en la montaña, y luego iniciamos el descenso. Nos dijeron que por la finca La Victoria existía un camino para bajar a Pozo Azul y comenzar a retornar, pero al llegar al lugar resulto no ser cierta la información, no había camino, sin embargo, nos invitaron a presenciar todo el proceso de producción de café en sus terrenos, y a tomar café colombiano de la mejor calidad. Me pareció bueno, no resultó como lo planeado, sin embargo me pareció interesante conocer a la gente de esta finca cafetera.
Luego de este descanso, seguimos rumbo a Cartagena de Indias, lugar al que planeamos llegar en dos jornadas de pedaleo. En medio pasamos por Barranquilla. Una inmensa ciudad industrial. Por el tráfico y las pocas vistas no me pareció mayormente interesante, sin embargo sus personas nos saludaban amistosamente, y fuimos recibidos muy bien por Marly y su familia.
Ya en Cartagena conseguimos un lugar para descansar. Este punto es muy importante pues con Dmitry separamos caminos. Yo me apresto para seguir mi rumbo a Panamá, y él rumbo Tierra del fuego, al sur del mundo. Por lo que luego de una rápida visita a la ciudad de mi compañero de viaje por Venezuela y Colombia, nos despedimos. En este momento me encuentro nuevamente con Alejandra, con quien recorremos esta bella ciudad y sus alrededores, ya no como amigos, sino como pareja.
La verdad es que Cartagena me pareció una ciudad fascinante, romántica por naturaleza. Su ciudad amurallada, su arquitectura, y las maravillas de la naturaleza en sus alrededores me cautivaron completamente. A partir de su fundación y durante la época de la colonia, esta ciudad ha sido uno de los puertos mas importantes de Sudamérica, lo cuál se ve reflejado en la belleza de sus construcciones.
Un lugar si bien extremadamente turístico, totalmente recomendable para conocer.
Y es así como termina el recorrido por Colombia, un bello país, lleno de cálidas personas, e impresionantes paisajes. Cupido flecha mi corazón en estas tierras por lo que un vínculo queda aquí, y ahora me apresto para tomar una embarcación y... ¡¡¡que comience Centroamérica!!!
Alrededor de las 4 de la tarde del siguiente día llegamos a nuestro destino, nos ubicamos en casa de Yuly y Catherine, y nos aprestamos a conocer los alrededores.
Durante los días de descanso simplemente aprovecho para visitar la ciudad de Santa Marta, su centro histórico, sus playas, sus plazas. Me parece una bonita ciudad, y muy folclórica, como lo es toda Colombia y sus habitantes. Aprovecho de visitar el parque sierra nevada. En este lugar me dirijo hasta Pozo Azul, un bello balneario en medio de la montaña, y como la aventura siempre me llama, junto con Dmitry comenzamos a caminar río arriba por horas. Cascada tras cascada vamos avanzando, el paisaje selvático es maravilloso. En ocasiones debemos trepar la montaña, pues los posibles pasos a través del río los consideramos peligrosos, hasta que nos llega la oscuridad de la noche. No tenemos carpas, solo colocamos los sacos de dormir a un costado del río.
Mientras limpiaba mi lugar para dormir, al parecer destruí sin querer un nido de hormigas, pues por cientos comenzaron a atacarme, se las arreglaban para subir y con mucha fuerza me picaron. Luego de unos veinte minutos de dolor y de alejarme bastante del lugar, pude respirar tranquilo, me siento a meditar, y luego a dormir en mi saco. No volví a ser atacado.
A la mañana siguiente hicimos una jornada de caminata hasta El Campano, un pueblo en la montaña, y luego iniciamos el descenso. Nos dijeron que por la finca La Victoria existía un camino para bajar a Pozo Azul y comenzar a retornar, pero al llegar al lugar resulto no ser cierta la información, no había camino, sin embargo, nos invitaron a presenciar todo el proceso de producción de café en sus terrenos, y a tomar café colombiano de la mejor calidad. Me pareció bueno, no resultó como lo planeado, sin embargo me pareció interesante conocer a la gente de esta finca cafetera.
Luego de este descanso, seguimos rumbo a Cartagena de Indias, lugar al que planeamos llegar en dos jornadas de pedaleo. En medio pasamos por Barranquilla. Una inmensa ciudad industrial. Por el tráfico y las pocas vistas no me pareció mayormente interesante, sin embargo sus personas nos saludaban amistosamente, y fuimos recibidos muy bien por Marly y su familia.
Ya en Cartagena conseguimos un lugar para descansar. Este punto es muy importante pues con Dmitry separamos caminos. Yo me apresto para seguir mi rumbo a Panamá, y él rumbo Tierra del fuego, al sur del mundo. Por lo que luego de una rápida visita a la ciudad de mi compañero de viaje por Venezuela y Colombia, nos despedimos. En este momento me encuentro nuevamente con Alejandra, con quien recorremos esta bella ciudad y sus alrededores, ya no como amigos, sino como pareja.
La verdad es que Cartagena me pareció una ciudad fascinante, romántica por naturaleza. Su ciudad amurallada, su arquitectura, y las maravillas de la naturaleza en sus alrededores me cautivaron completamente. A partir de su fundación y durante la época de la colonia, esta ciudad ha sido uno de los puertos mas importantes de Sudamérica, lo cuál se ve reflejado en la belleza de sus construcciones.
Un lugar si bien extremadamente turístico, totalmente recomendable para conocer.
Y es así como termina el recorrido por Colombia, un bello país, lleno de cálidas personas, e impresionantes paisajes. Cupido flecha mi corazón en estas tierras por lo que un vínculo queda aquí, y ahora me apresto para tomar una embarcación y... ¡¡¡que comience Centroamérica!!!