Por las ventosas tierras de Argentina
La Argentina me ha sorprendido, ha resultado ser un país para vivir emociones fuertes, ya sea positivas o negativas. En esta nación, me ha sorprendido la extrema belleza de sus lugares turísticos, contrastados con las interminables pampas, en las cuales uno se siente inmerso en la soledad; así como la calidez de su gente, principalmente en el campo y ciudades en las cercanías de la cordillera, contrastado con la apatía de los habitantes de la capital. Argentina es un país con identidad.
Luego de recorrer la Patagonia con Alejandra y pedalear los senderos al sur de Chile, decidí avanzar con rumbo a casa por Argentina. El cambio de dólares en el mercado negro, hace que recorrer este país resulte relativamente económico por lo que representaba una buena opción para alcanzar a terminar el recorrido con los últimos pesos que me quedaba en el bolsillo. Hacerlo por Chile, implicaba que el dinero no me hubiera sido suficiente, por lo que hacer el recorrido por el país trasandino, me venía de perillas.
Entré a Argentina por la frontera de Cardenal Samore en la provincia de Neuquén con un rumbo definido; a visitar la ruta de los siete lagos, un maravilloso camino que va desde Villa la Angostura hasta San Martín de los Andes y atraviesa el parque nacional Lanin y Nahuel Huapi.
Lentamente me interné en este camino, pedaleo tras pedaleo, lago tras lago, montaña tras montaña. El recorrido por esta ruta me parecía tener una gran belleza. Las montañas a ambos lados y muchas veces los lagos mirando hacia el acantilado, conseguían mantenerme siempre entretenido, disfrutando cada golpe de pedal. Estas vías son muy conocidas entre los turistas, y al estar en las cercanías de Bariloche, está muy conectado con uno de los principales destinos turísticos del país.
A pesar de estar fuera de temporada, una gran cantidad de Vans turísticas pasan por estos caminos , así mismo de ciclistas, encontrándome con más de seis durante las primeras jornadas.
Decidí parar a descansar algunos días en San Martín de los Andes, ya estaba necesitando un "break", para lanzarme con rumbo Malargüe en la provincia de Mendoza, a unos 800 km, todo un desafío atravesar caminos solitarios y lugares que tendrían pocas cosas para ver dado lo desolado; pero me llevaría una grata sorpresa.
Es en este punto en donde el tráfico vehicular comienza a incomodarme, los caminos ya no son solitarios y de bajo tráfico como en la Patagonia o el sur de Chile, además, el hecho de que en Argentina el estándar de construcción de caminos sea de baja calidad y no disponga de una berma (espacio al lado del asfalto) ya me ponía los nervios de punta. Afortunadamente, conforme me alejaba de San Martín de los Andes, me alejaba de los puntos con tránsito, hasta encontrarme prácticamente solo en la legendaria ruta 40, en la República Argentina.
Llegué a Junin de los Andes para el día de viernes santo, cuando un vía crucis se desarrollaba en el parque vía crucis de la ciudad, curiosamente del mismo nombre y especialmente dedicado a rememorar esta fecha, siendo un excelente intento para atraer turistas en este sector.
Dejé la bicicleta con los encargados del parque, y en compañía de varios centenares de personas, comencé a recorrer el lugar, buscando entender la celebración. Después de todo, un alto porcentaje de los latinos son creyentes, ya sea católicos, evangélicos, entre otros; y entender este tipo de celebraciones, es buscar entender las raíces mismas del alma latina.
En camino rumbo norte comencé a adentrarme en las soledades Argentinas. Normalmente las personas sienten miedo de la soledad, o no les gusta; pero para quien ya está habituado a ésta, representa de los mejores momentos para sumergirse en los pensamientos; de reflexionar. Quien se habitúa a la soledad, esta no le afecta, y es mas, hasta puedo decir que se extraña. Los días por Argentina en general representaron eso, avanzar en soledad y reflexionar en el sentido de la vida. El viajar ya es una etapa que está comenzando a quedar atrás, por delante me quedan los últimos 3.000 kilómetros, y curiosamente, el viaje lentamente va dejando de fluir. Me relaciono diferente con las personas, y mil y una cosas pasan para retrasar el termino del viaje.
Al salir de Junin y desviarme de la ruta 40, los caminos se vuelven mágicos. Extensas vistas del paisaje (algo muy particular de Argentina) con folclóricos pueblos se vuelven la tónica de los siguientes kilómetros. Los árboles se vuelven de un tono amarillo, lo que contrastado con las aguas cristalinas de los ríos y el color arenoso propio de la pampa, hacen resaltar la belleza del lugar.
Los caminos son angostos, cada cincuenta en cincuenta kilómetros, éste se vuelve de tierra.
En numerosas ocasiones la carretera en su totalidad era ocupada por rebaños enteros de ovejas y cabras, las que guiadas por el gaucho, se dirigían hacía las tierras más bajas, escapando del invierno que se avecinaba.
Pedaleando por estos caminos y ya comenzando a caer la noche, José Luis - Un Neuquino viajando por motivos laborales - se detiene con su camioneta al lado del camino y me pregunta:
-¿y para donde vas che, en bicicleta y con todo lejos?- a lo que respondo:
- Al siguiente poblado, según mi mapa debe quedar a unos 10 kilómetros de aquí-
-Sube tu bicicleta a la camioneta, yo te acerco y así te quedas en un lugar seguro-
-La verdad es que prefiero pedalear-
-No seas porfiado, la noche ya va cayendo y es solo unos minutos, así aprovechamos de conversar-
Luego de ese argumento y pensando que solo serían diez kilómetros acepté.
Subimos a Rocinante en la camioneta, y comenzamos a avanzar, a una velocidad bastante mas rápido que con la fuerza de las piernas.
Luego de unos minutos Jose Luis me comenta:
-En estos lugares no hay mucho que ver, mira ahí está el pueblo que me comentabas, pero no hay nada, nada. Yo voy viajando a doscientos kilómetros de aquí y si quieres, te puedo dejar allá.-
Mientas tanto yo veía como lentamente el pueblo quedaba atrás y bueno, un pequeño corte de camino no venía mal, aunque mientras menos fueran los kilómetros mejor para mí, así me aseguraba de completar por lo menos 29.000 kilómetros de todo el recorrido. Le pedí que me dejara en Chos Malal y de seguro cada acontecimiento tiene su propósito, pues en unos minutos conocería un poco de esa gente que vale la pena conocer.
Llegamos a la plaza de Chos Malal, intercambiamos datos de contacto y me dirigí al camping municipal (De esos que hay en cada ciudad Argentina en los alrededores de la ruta 40 y cobran poco o nada por acampar)
Al llegar al lugar, veo cuatro bicicletas grandes más una pequeña y dos carros para llevar cosas.
-Parece que le han llegado más viajeros en bicicleta al lugar- le pregunto al administrador.
-Si che, una familia completa que viene recorriendo-
-y de donde es que vienen-
- de allá del sur, de lejos. Pero son gringos y no hablan castellano-
Paso a colocar la carpa, y sentados en una mesa fija, asando unas carnes a la parrilla se encontraban ellos; una pareja de canadienses con su dos hijos en bicicleta, uno de ellos con la suya propia y la niña menor con un carrito con pedales que se anclaba a la bicicleta de su madre, y una pareja de alemanes. Se habían encontrado en el camino por separado, y se hicieron amigos.
Charlamos una buena cantidad de tiempo, bebimos algunas cervezas y comimos algo de carne. Luego compartimos experiencias de viaje y recomendaciones. Es poco común encontrarse con familias viajando, y siempre es grato charlar con ciclistas a la aventura.
Al día siguiente, temprano, un gran rebaño de animales, toros y vacas nos despertaron. El gaucho entró con su ganado al pueblo y nos brindó un buen momento para levantarnos de la carpa y tomar algunas fotografías. Luego de un desayuno separaríamos caminos, ellos con rumbo norte, y yo a descansar un día más. Lo tranquilo y folklórico del lugar merecía la pena conocer.
Sólo espere un día más en el lugar, y salí. La salida fue de esas difíciles. El camino era de subida y subida, mientras tanto yo lentamente iba perdiendo mis fuerzas. Me sentía con muchas menos energías de lo normal. Al parecer ese día de descanso me dejó en peores condiciones. Con cada pedaleo subiendo la montaña...sufría.
Al final de la montaña en lo último de la subida, pude divisar unas casas, una laguna y unos gauchos moviendo su ganado. Solo conseguí avanzar cincuenta kilómetros y me sentía débil. Paro a gritar al frente de una casa:
- ¡Hola, hay alguien!-
A los minutos sale un caballero ya de años, vestía ropa opaca, como la gente pobre que habita en las montañas...y ya tenía sus años. Se acerca hasta el portón de entrada y me dice:
-¿Como le va?, ¿puedo ayudarlo en algo?
-Buenas tardes, soy viajero, me siento enfermo y busco un lugar para pasar la noche, ¿usted podrá ayudarme?-
- Si por supuesto, pase. Ubique su bicicleta en el costado de la casa y entre. Acá en el campo no roba nadie, así que no se preocupe -
Se llamaba Ricardo, y su edad era alrededor de 60 años. Me invitó a quedarme en su casa con la hospitalidad propia de la gente del campo.
Conversamos por horas; de la vida de campo, de la familia, de la política y cocinamos un buen plato de arroz con lentejas. Compartiendo lo que cada uno tenía, él el arroz y yo las lentejas.
Me comentaba que no le gustaban los políticos, que en la Argentina se han vuelto corruptos, sólo entran al poder para robar. Cada vez que un político llegaba al paraje, él lo correteaba a insultos. Definitivamente, no le gustaba la gente mentirosa y ya muchos han pasado por el lugar haciendo falsas promesas que el viento se llevó.
Luego de algunas horas de conversación, me invitó a ocupar una habitación desocupada, la que disponía de una amplia cama. Luego de depositar mi cabeza en la almohada, caí rendido de cansancio.
Me levanté temprano por la mañana, me sentía fuerte. Esas horas de descanso renovaron mi cuerpo por completo. Ricardo me comentaba que el camino que seguía, era prácticamente pura bajada, por lo que podría ser una buena jornada de avance.
Ese día transcurrió tranquilo, alrededor de las 12:00 paré en Buta Ranquil, un pueblo pequeño en el que me encontré con las dos familias de ciclistas con las que compartí en los días anteriores. Luego de conversar algunas horas, preparar mi comida en la plaza, seguí mi camino.
Conseguí llegar hasta Barrancas, el último pueblo en la provincia de Neuquén.
Rápidamente al llegar al pueblo, los argentinos curiosos comenzaron a acercarse y comencé a conversar con dos personajes: Claudio y Tino. Dos parientes.
Un asado. Sí, luego de algunos minutos de conversación se armó un buen asado con estos nuevos amigos. Un poco de carne, chorizos, más otro poco de vino y, nos quedamos hasta altas horas de la noche conversando. Al día siguiente por la mañana no conseguí levantarme temprano, así que me quede un día mas, esta vez en la casa de doña Juanita, quien muy cariñosamente me invitó a compartir con su familia y me convidó de ese pan de horno de campo para llevar en el camino. La hospitalidad y calidez de los argentinos en el campo, definitivamente no deja de sorprenderme.
Luego de vivir la hospitalidad Argentina, sigo mi rumbo. A cuatro kilómetros del pueblo se encuentra el río Barrancas, el cual es la línea divisoria entre Las provincias de Mendoza y Neuquen. Y mi siguiente destino Mendoza, la capital de la provincia. Los caminos de Argentina siempre están llenos de folclore, nunca dejaba de sorprenderme cuando los gauchos se tomaban las carreteras en su totalidad, moviendo sus rebaños hacia las tierras más bajas, escapando del frío y de la nieve.
Decidí hacer una pequeña parada en Malargüe, un buen destino turístico con cuevas, cascadas, restos de dinosaurios y castillos de piedras. Un descanso me venía bien, además que necesitaba ordenar algunas cosas. El viaje fluye cada vez menos, y parte de mi equipaje comienza a fallar. Antes de salir me doy cuenta que mi parrilla trasera está quebrada, y, al ser de aluminio, no es tan fácil de conseguir alguien que la repare. Doy vuelta por la ciudad, por allá y por acá, hasta dar con un maestro que me la arregla. Luego de contarle de mi proyecto de viaje y los pocos recursos con los que voy viajando, el maestro me comenta que estoy de suerte, le queda la última soldadura para aluminio. Él, con mucho esmero la reparó, dejándola mejor que antes, pienso que ya con tranquilidad puedo seguir por los solitarios caminos. Sin embargo no fue así, querría Dios que me quedara un día más en este pueblo.
Al día siguiente pensaba salir temprano desde la ciudad de Malargüe en Argentina con rumbo Mendoza. Pero el destino quiso que me quedara un día más; mi cocinilla no funcionaba, y aventurarme 330 km sin algo para cocinar y tramos larguísimos sin pueblos, definitivamente es ir a pasar hambre de seguro. Comencé la mañana tratando de arreglar la clásica MSR whisperlite, cambiando repuestos, limpiando por aquí y por allá y nada, no conseguía hacerla funcionar. Las horas pasaban, tenía hambre, y solo 100 pesos Argentinos en el bolsillo (+/-10 dolares) por lo que comprar algo de comer solo me aseguraría hambre para los siguientes días. Buscando una forma de solucionar el problema mi novia Alejandra, me animó a hacer mi propia cocinilla, hecha sencillamente a base de latas y alcohol.
Partí al supermercado a comprar alcohol para quemar, (en lo que se me fueron los pocos pesos que me quedaban), conseguí un poco de arena, (para lograr un efecto catalizador al quemar el combustible) y me puse a revisar en la basura en busca de un par de latas. Tenía ya mucha hambre , más de alguien habrá pensado que buscaba comida por ahí, el aseo ya había pasado el día anterior, por lo que dar con esas latas no fue tarea fácil.
Hasta que finalmente, luego de algunas horas, todos los materiales fueron reunidos. Trabajando lentamente durante un buen tiempo, la cocinilla comenzó a tomar forma. Cortando latas, haciendo agujeros por allá y por acá hasta que finalmente quedo terminada.
Coloqué el alcohol en ella (mientras un gato al verme concentrado se robó y se comió mi mantequilla), la encendí...Segundos de espera...Y funcionó. ¡la cocinilla funcionó! Aproveché de prepararme un buen plato de arroz y lentejas (mientras el gato se relamía, por el sabor de la mantequilla robada). Y a disfrutar el rico sabor de la comida cuando uno está realmente hambriento.
Este es un pequeño ejemplo de lo que suele ser el día de un viajero a la aventura , con días totalmente impredecibles. Ahora, ¡¡¡a terminar los últimos 2.000 km de viaje!!! Que ya está nuevamente todo lo necesario para el camino.
Luego de recorrer la Patagonia con Alejandra y pedalear los senderos al sur de Chile, decidí avanzar con rumbo a casa por Argentina. El cambio de dólares en el mercado negro, hace que recorrer este país resulte relativamente económico por lo que representaba una buena opción para alcanzar a terminar el recorrido con los últimos pesos que me quedaba en el bolsillo. Hacerlo por Chile, implicaba que el dinero no me hubiera sido suficiente, por lo que hacer el recorrido por el país trasandino, me venía de perillas.
Entré a Argentina por la frontera de Cardenal Samore en la provincia de Neuquén con un rumbo definido; a visitar la ruta de los siete lagos, un maravilloso camino que va desde Villa la Angostura hasta San Martín de los Andes y atraviesa el parque nacional Lanin y Nahuel Huapi.
Lentamente me interné en este camino, pedaleo tras pedaleo, lago tras lago, montaña tras montaña. El recorrido por esta ruta me parecía tener una gran belleza. Las montañas a ambos lados y muchas veces los lagos mirando hacia el acantilado, conseguían mantenerme siempre entretenido, disfrutando cada golpe de pedal. Estas vías son muy conocidas entre los turistas, y al estar en las cercanías de Bariloche, está muy conectado con uno de los principales destinos turísticos del país.
A pesar de estar fuera de temporada, una gran cantidad de Vans turísticas pasan por estos caminos , así mismo de ciclistas, encontrándome con más de seis durante las primeras jornadas.
Decidí parar a descansar algunos días en San Martín de los Andes, ya estaba necesitando un "break", para lanzarme con rumbo Malargüe en la provincia de Mendoza, a unos 800 km, todo un desafío atravesar caminos solitarios y lugares que tendrían pocas cosas para ver dado lo desolado; pero me llevaría una grata sorpresa.
Es en este punto en donde el tráfico vehicular comienza a incomodarme, los caminos ya no son solitarios y de bajo tráfico como en la Patagonia o el sur de Chile, además, el hecho de que en Argentina el estándar de construcción de caminos sea de baja calidad y no disponga de una berma (espacio al lado del asfalto) ya me ponía los nervios de punta. Afortunadamente, conforme me alejaba de San Martín de los Andes, me alejaba de los puntos con tránsito, hasta encontrarme prácticamente solo en la legendaria ruta 40, en la República Argentina.
Llegué a Junin de los Andes para el día de viernes santo, cuando un vía crucis se desarrollaba en el parque vía crucis de la ciudad, curiosamente del mismo nombre y especialmente dedicado a rememorar esta fecha, siendo un excelente intento para atraer turistas en este sector.
Dejé la bicicleta con los encargados del parque, y en compañía de varios centenares de personas, comencé a recorrer el lugar, buscando entender la celebración. Después de todo, un alto porcentaje de los latinos son creyentes, ya sea católicos, evangélicos, entre otros; y entender este tipo de celebraciones, es buscar entender las raíces mismas del alma latina.
En camino rumbo norte comencé a adentrarme en las soledades Argentinas. Normalmente las personas sienten miedo de la soledad, o no les gusta; pero para quien ya está habituado a ésta, representa de los mejores momentos para sumergirse en los pensamientos; de reflexionar. Quien se habitúa a la soledad, esta no le afecta, y es mas, hasta puedo decir que se extraña. Los días por Argentina en general representaron eso, avanzar en soledad y reflexionar en el sentido de la vida. El viajar ya es una etapa que está comenzando a quedar atrás, por delante me quedan los últimos 3.000 kilómetros, y curiosamente, el viaje lentamente va dejando de fluir. Me relaciono diferente con las personas, y mil y una cosas pasan para retrasar el termino del viaje.
Al salir de Junin y desviarme de la ruta 40, los caminos se vuelven mágicos. Extensas vistas del paisaje (algo muy particular de Argentina) con folclóricos pueblos se vuelven la tónica de los siguientes kilómetros. Los árboles se vuelven de un tono amarillo, lo que contrastado con las aguas cristalinas de los ríos y el color arenoso propio de la pampa, hacen resaltar la belleza del lugar.
Los caminos son angostos, cada cincuenta en cincuenta kilómetros, éste se vuelve de tierra.
En numerosas ocasiones la carretera en su totalidad era ocupada por rebaños enteros de ovejas y cabras, las que guiadas por el gaucho, se dirigían hacía las tierras más bajas, escapando del invierno que se avecinaba.
Pedaleando por estos caminos y ya comenzando a caer la noche, José Luis - Un Neuquino viajando por motivos laborales - se detiene con su camioneta al lado del camino y me pregunta:
-¿y para donde vas che, en bicicleta y con todo lejos?- a lo que respondo:
- Al siguiente poblado, según mi mapa debe quedar a unos 10 kilómetros de aquí-
-Sube tu bicicleta a la camioneta, yo te acerco y así te quedas en un lugar seguro-
-La verdad es que prefiero pedalear-
-No seas porfiado, la noche ya va cayendo y es solo unos minutos, así aprovechamos de conversar-
Luego de ese argumento y pensando que solo serían diez kilómetros acepté.
Subimos a Rocinante en la camioneta, y comenzamos a avanzar, a una velocidad bastante mas rápido que con la fuerza de las piernas.
Luego de unos minutos Jose Luis me comenta:
-En estos lugares no hay mucho que ver, mira ahí está el pueblo que me comentabas, pero no hay nada, nada. Yo voy viajando a doscientos kilómetros de aquí y si quieres, te puedo dejar allá.-
Mientas tanto yo veía como lentamente el pueblo quedaba atrás y bueno, un pequeño corte de camino no venía mal, aunque mientras menos fueran los kilómetros mejor para mí, así me aseguraba de completar por lo menos 29.000 kilómetros de todo el recorrido. Le pedí que me dejara en Chos Malal y de seguro cada acontecimiento tiene su propósito, pues en unos minutos conocería un poco de esa gente que vale la pena conocer.
Llegamos a la plaza de Chos Malal, intercambiamos datos de contacto y me dirigí al camping municipal (De esos que hay en cada ciudad Argentina en los alrededores de la ruta 40 y cobran poco o nada por acampar)
Al llegar al lugar, veo cuatro bicicletas grandes más una pequeña y dos carros para llevar cosas.
-Parece que le han llegado más viajeros en bicicleta al lugar- le pregunto al administrador.
-Si che, una familia completa que viene recorriendo-
-y de donde es que vienen-
- de allá del sur, de lejos. Pero son gringos y no hablan castellano-
Paso a colocar la carpa, y sentados en una mesa fija, asando unas carnes a la parrilla se encontraban ellos; una pareja de canadienses con su dos hijos en bicicleta, uno de ellos con la suya propia y la niña menor con un carrito con pedales que se anclaba a la bicicleta de su madre, y una pareja de alemanes. Se habían encontrado en el camino por separado, y se hicieron amigos.
Charlamos una buena cantidad de tiempo, bebimos algunas cervezas y comimos algo de carne. Luego compartimos experiencias de viaje y recomendaciones. Es poco común encontrarse con familias viajando, y siempre es grato charlar con ciclistas a la aventura.
Al día siguiente, temprano, un gran rebaño de animales, toros y vacas nos despertaron. El gaucho entró con su ganado al pueblo y nos brindó un buen momento para levantarnos de la carpa y tomar algunas fotografías. Luego de un desayuno separaríamos caminos, ellos con rumbo norte, y yo a descansar un día más. Lo tranquilo y folklórico del lugar merecía la pena conocer.
Sólo espere un día más en el lugar, y salí. La salida fue de esas difíciles. El camino era de subida y subida, mientras tanto yo lentamente iba perdiendo mis fuerzas. Me sentía con muchas menos energías de lo normal. Al parecer ese día de descanso me dejó en peores condiciones. Con cada pedaleo subiendo la montaña...sufría.
Al final de la montaña en lo último de la subida, pude divisar unas casas, una laguna y unos gauchos moviendo su ganado. Solo conseguí avanzar cincuenta kilómetros y me sentía débil. Paro a gritar al frente de una casa:
- ¡Hola, hay alguien!-
A los minutos sale un caballero ya de años, vestía ropa opaca, como la gente pobre que habita en las montañas...y ya tenía sus años. Se acerca hasta el portón de entrada y me dice:
-¿Como le va?, ¿puedo ayudarlo en algo?
-Buenas tardes, soy viajero, me siento enfermo y busco un lugar para pasar la noche, ¿usted podrá ayudarme?-
- Si por supuesto, pase. Ubique su bicicleta en el costado de la casa y entre. Acá en el campo no roba nadie, así que no se preocupe -
Se llamaba Ricardo, y su edad era alrededor de 60 años. Me invitó a quedarme en su casa con la hospitalidad propia de la gente del campo.
Conversamos por horas; de la vida de campo, de la familia, de la política y cocinamos un buen plato de arroz con lentejas. Compartiendo lo que cada uno tenía, él el arroz y yo las lentejas.
Me comentaba que no le gustaban los políticos, que en la Argentina se han vuelto corruptos, sólo entran al poder para robar. Cada vez que un político llegaba al paraje, él lo correteaba a insultos. Definitivamente, no le gustaba la gente mentirosa y ya muchos han pasado por el lugar haciendo falsas promesas que el viento se llevó.
Luego de algunas horas de conversación, me invitó a ocupar una habitación desocupada, la que disponía de una amplia cama. Luego de depositar mi cabeza en la almohada, caí rendido de cansancio.
Me levanté temprano por la mañana, me sentía fuerte. Esas horas de descanso renovaron mi cuerpo por completo. Ricardo me comentaba que el camino que seguía, era prácticamente pura bajada, por lo que podría ser una buena jornada de avance.
Ese día transcurrió tranquilo, alrededor de las 12:00 paré en Buta Ranquil, un pueblo pequeño en el que me encontré con las dos familias de ciclistas con las que compartí en los días anteriores. Luego de conversar algunas horas, preparar mi comida en la plaza, seguí mi camino.
Conseguí llegar hasta Barrancas, el último pueblo en la provincia de Neuquén.
Rápidamente al llegar al pueblo, los argentinos curiosos comenzaron a acercarse y comencé a conversar con dos personajes: Claudio y Tino. Dos parientes.
Un asado. Sí, luego de algunos minutos de conversación se armó un buen asado con estos nuevos amigos. Un poco de carne, chorizos, más otro poco de vino y, nos quedamos hasta altas horas de la noche conversando. Al día siguiente por la mañana no conseguí levantarme temprano, así que me quede un día mas, esta vez en la casa de doña Juanita, quien muy cariñosamente me invitó a compartir con su familia y me convidó de ese pan de horno de campo para llevar en el camino. La hospitalidad y calidez de los argentinos en el campo, definitivamente no deja de sorprenderme.
Luego de vivir la hospitalidad Argentina, sigo mi rumbo. A cuatro kilómetros del pueblo se encuentra el río Barrancas, el cual es la línea divisoria entre Las provincias de Mendoza y Neuquen. Y mi siguiente destino Mendoza, la capital de la provincia. Los caminos de Argentina siempre están llenos de folclore, nunca dejaba de sorprenderme cuando los gauchos se tomaban las carreteras en su totalidad, moviendo sus rebaños hacia las tierras más bajas, escapando del frío y de la nieve.
Decidí hacer una pequeña parada en Malargüe, un buen destino turístico con cuevas, cascadas, restos de dinosaurios y castillos de piedras. Un descanso me venía bien, además que necesitaba ordenar algunas cosas. El viaje fluye cada vez menos, y parte de mi equipaje comienza a fallar. Antes de salir me doy cuenta que mi parrilla trasera está quebrada, y, al ser de aluminio, no es tan fácil de conseguir alguien que la repare. Doy vuelta por la ciudad, por allá y por acá, hasta dar con un maestro que me la arregla. Luego de contarle de mi proyecto de viaje y los pocos recursos con los que voy viajando, el maestro me comenta que estoy de suerte, le queda la última soldadura para aluminio. Él, con mucho esmero la reparó, dejándola mejor que antes, pienso que ya con tranquilidad puedo seguir por los solitarios caminos. Sin embargo no fue así, querría Dios que me quedara un día más en este pueblo.
Al día siguiente pensaba salir temprano desde la ciudad de Malargüe en Argentina con rumbo Mendoza. Pero el destino quiso que me quedara un día más; mi cocinilla no funcionaba, y aventurarme 330 km sin algo para cocinar y tramos larguísimos sin pueblos, definitivamente es ir a pasar hambre de seguro. Comencé la mañana tratando de arreglar la clásica MSR whisperlite, cambiando repuestos, limpiando por aquí y por allá y nada, no conseguía hacerla funcionar. Las horas pasaban, tenía hambre, y solo 100 pesos Argentinos en el bolsillo (+/-10 dolares) por lo que comprar algo de comer solo me aseguraría hambre para los siguientes días. Buscando una forma de solucionar el problema mi novia Alejandra, me animó a hacer mi propia cocinilla, hecha sencillamente a base de latas y alcohol.
Partí al supermercado a comprar alcohol para quemar, (en lo que se me fueron los pocos pesos que me quedaban), conseguí un poco de arena, (para lograr un efecto catalizador al quemar el combustible) y me puse a revisar en la basura en busca de un par de latas. Tenía ya mucha hambre , más de alguien habrá pensado que buscaba comida por ahí, el aseo ya había pasado el día anterior, por lo que dar con esas latas no fue tarea fácil.
Hasta que finalmente, luego de algunas horas, todos los materiales fueron reunidos. Trabajando lentamente durante un buen tiempo, la cocinilla comenzó a tomar forma. Cortando latas, haciendo agujeros por allá y por acá hasta que finalmente quedo terminada.
Coloqué el alcohol en ella (mientras un gato al verme concentrado se robó y se comió mi mantequilla), la encendí...Segundos de espera...Y funcionó. ¡la cocinilla funcionó! Aproveché de prepararme un buen plato de arroz y lentejas (mientras el gato se relamía, por el sabor de la mantequilla robada). Y a disfrutar el rico sabor de la comida cuando uno está realmente hambriento.
Este es un pequeño ejemplo de lo que suele ser el día de un viajero a la aventura , con días totalmente impredecibles. Ahora, ¡¡¡a terminar los últimos 2.000 km de viaje!!! Que ya está nuevamente todo lo necesario para el camino.
Y seguí avanzando por los solitarios caminos, durante la noche observando las estrellas, a veces durante el día observando como la naturaleza azotaba la montaña con su viento blanco, el cual se podía divisar desde el camino. En ocasiones no conseguía avanzar a mas de 5 km/hr. El fuerte viento me frenaba por completo y hasta con los dientes debía afirmar el manubrio para no caer.
Decidí seguir siempre por la ruta 40, llegando a El Sosneado tomé un desvío de tierra (que seguía siendo la ruta 40). Un camino que poco a poco se volvía más difícil, hasta llegar a un punto en que empujar, representaba más del sesenta por ciento del tiempo, cuando conseguía pedalear, no era a una velocidad mayor a 7 km/hr. Fueron días duros, donde luego de doce horas de avance no conseguía moverme más de sesenta km.
Al final de la segunda jornada saliendo de Malargüe, decidí dormir al aire libre. El fuerte viento de la noche en la pampa azotaba de tal manera la carpa, que en los días anteriores casi no pude dormir, por lo que sólo coloque una lona en el piso, el saco de dormir encima, y la bicicleta por detrás para amortiguar un poquito el efecto del viento. Conseguí dormir mucho mejor. Aunque a las cinco de la mañana, a casi tres horas del amanecer unos pequeños chubascos me despertaron. Un despertador natural. Mendoza se encontraba a 180 kilómetros de distancia y tal vez esas gotas me brindaban una oportunidad de llegar. Ese tramo de la ruta estaba prácticamente libre de tráfico, por lo que pedalear a oscuras no representaba ningún peligro. Y comencé a avanzar. La calidad del camino mejoraba lentamente y así también pasaban las horas.
Alrededor de las 9:00 de la mañana un gaucho salió en mi búsqueda. Me divisó de lejos y pensó que uno de sus caballos se estaba arrancando. Me invitó a un desayuno, y me recomendó un atajo, con el cual podría salir del duro camino y entrar en uno más fácil y de bajada.
Alrededor del medio día una esperanza comenzaba a aparecer. Me encontraba en Pareditas, a unos 120 kilómetros de Mendoza y con un camino completamente plano por delante. Podría llegar a Mendoza.
Avancé duro, y a eso de las ocho de la noche, llegaba a casa del tío Eduardo y la tía Verónica, con quienes me quedé alrededor de cuatro días. Con ellos me sentí como en casa, comimos buenos asados y me orientaron para conocer la bella e histórica ciudad de Mendoza, cuna del famoso ejército de los Andes, que muchos años atrás atravesó a pié la cordillera, en una marcha militar cerca de los 3.800 mts de altura, para ayudar a Chile en su guerra de independencia contra los españoles.
...Y sería por el mismo camino, por el que buscaría retornar a mi patria, mi Chile querido.
Decidí seguir siempre por la ruta 40, llegando a El Sosneado tomé un desvío de tierra (que seguía siendo la ruta 40). Un camino que poco a poco se volvía más difícil, hasta llegar a un punto en que empujar, representaba más del sesenta por ciento del tiempo, cuando conseguía pedalear, no era a una velocidad mayor a 7 km/hr. Fueron días duros, donde luego de doce horas de avance no conseguía moverme más de sesenta km.
Al final de la segunda jornada saliendo de Malargüe, decidí dormir al aire libre. El fuerte viento de la noche en la pampa azotaba de tal manera la carpa, que en los días anteriores casi no pude dormir, por lo que sólo coloque una lona en el piso, el saco de dormir encima, y la bicicleta por detrás para amortiguar un poquito el efecto del viento. Conseguí dormir mucho mejor. Aunque a las cinco de la mañana, a casi tres horas del amanecer unos pequeños chubascos me despertaron. Un despertador natural. Mendoza se encontraba a 180 kilómetros de distancia y tal vez esas gotas me brindaban una oportunidad de llegar. Ese tramo de la ruta estaba prácticamente libre de tráfico, por lo que pedalear a oscuras no representaba ningún peligro. Y comencé a avanzar. La calidad del camino mejoraba lentamente y así también pasaban las horas.
Alrededor de las 9:00 de la mañana un gaucho salió en mi búsqueda. Me divisó de lejos y pensó que uno de sus caballos se estaba arrancando. Me invitó a un desayuno, y me recomendó un atajo, con el cual podría salir del duro camino y entrar en uno más fácil y de bajada.
Alrededor del medio día una esperanza comenzaba a aparecer. Me encontraba en Pareditas, a unos 120 kilómetros de Mendoza y con un camino completamente plano por delante. Podría llegar a Mendoza.
Avancé duro, y a eso de las ocho de la noche, llegaba a casa del tío Eduardo y la tía Verónica, con quienes me quedé alrededor de cuatro días. Con ellos me sentí como en casa, comimos buenos asados y me orientaron para conocer la bella e histórica ciudad de Mendoza, cuna del famoso ejército de los Andes, que muchos años atrás atravesó a pié la cordillera, en una marcha militar cerca de los 3.800 mts de altura, para ayudar a Chile en su guerra de independencia contra los españoles.
...Y sería por el mismo camino, por el que buscaría retornar a mi patria, mi Chile querido.