Un último esfuerzo, un sueño ya está por cumplirse. Vuelvo a casa, vuelvo a mi Chile querido
Sin darme cuenta el tiempo fue pasando. Lo que pensé que sería un viaje de alrededor de un año, se ha convertido en un viaje de veintinueve meses de esfuerzo. Meses hermosos que no cambiaría por nada del mundo, en los cuales busqué conocer los rincones de América Latina, su gente, sus sabores y encontré algo que no andaba buscando, que no había perdido: el amor.
Mi última noche en Argentina contemple las estrellas, desde las alturas de la cordillera de los Andes, con cielos despejados y sueños puestos al lado de las estrellas. Alguna vez le dije a Alejandra que cuando mirara la luna me recordaría de ella, de su sonrisa y de su carita de niña alegre. Ese era un momento para ver su rostro dibujado en el cielo, para llenar mi corazón de nuevas esperanzas. Al siguiente día entraría en Chile y comenzaría la última etapa del trayecto. Aquel sueño que por tantos años podía ver en mi mente, ya se encontraba muy próximo a ser cumplido.
Entré a Chile con el cansancio que implica atravesar la cordillera por uno de los pasos más transitados por camiones de América: El paso "los libertadores". Un lugar enclavado en las alturas y custodiado por los altos guardianes de esas viejas montañas: los cóndores.
La cordillera se encontraba nevada, una tormenta la había azotado días atrás. Comencé el descenso para entrar definitivamente en mi país por Los Caracoles. Una larga bajada que le hace honor a su nombre, veintinueve vueltas en las que me movía de allá para acá y de acá para allá, para ir rápidamente descendiendo con rumbo a Los Andes, la primera ciudad Chilena.
Al llegar a esta ciudad, visité algunos de sus lugares y conversé con algunos mendigos. Emprendí rumbo a un descanso, uno que de hace mucho tiempo había querido hacer: en casa de mis abuelos y contándo algunas de mis historias al tata Beto.
Me dirigí hasta Villa Alemana en Chile, por caminos poco transitados; alejados de la civilización, observando un Chile que la gran mayoría de sus habitantes desconoce, un Chile pobre, en donde el milagro de las Américas no ha llegado, un lugar en donde el jaguar de América Latina se vuelve un gatito que necesita de un biberón para ser alimentado.
Sorprendido por la pobreza que no sabía que existía en mi país, llegué a casa de mis abuelos. Estaba sucio, cansado, con muchos kilos menos y a solo mil quinientos kilómetros de mi casa.
Aproveche esos dos días para darme un merecido descanso y compartir con la familia. Al fin y al cabo, sólo ésta queda y es con quien se deben compartir los momentos memorables, sean buenos o malos. Los momentos en buena compañía siempre son una excelente inversión del tiempo.
...Y seguí mi rumbo norte (o rumbo casa) por los interiores de la IV región; lugares elevados, siempre subiendo y bajando. Ésta parte del viaje realmente me ha sorprendido, pues no pensé que fuera a ser tanta la belleza del lugar. Los verdes valles alimentados por un río, contrastados con el color arenoso de las montañas, hacen de éstos unos paisajes muy singulares.
A pesar de todo, Chile me parece un país extraño, una especie de isla en medio de América Latina. El desierto en el norte y la Cordillera de los Andes al este representan verdaderas murallas que, desde los tiempos inmemoriables, han mantenido a Chile en un estado de aislamiento. Y esta característica de alguna manera ha influido en la gente. En estos parajes no puedo conseguir alojamiento en los bomberos; una estrategia que siempre fue un as bajo la manga, acá no da resultado alguno; asimismo, las sedes sociales, en las cuales siempre fue imposible contactar al encargado que me permitiera dormir en un lugar seguro. Algo no está funcionando bien. ¿Será que la gente de acá no está interesada en apoyar un proyecto tan loco como recorrer América Latina en Bicicleta?, ¿Será que por las duras jornadas y mi aspecto cansado, mi apariencia se ha vuelto poco fiable?, o ¿será que definitivamente la gente del lugar no gusta de los extraños? Preguntas como estas rondaban en mi cabeza, así que, finalmente, decidí moverme de manera totalmente independiente; que el cielo y las estrellas fueran mi techo, los cóndores y animales mis guardianes, los ríos y vertientes mi fuente de agua para mis duchas. Era momento de entrar en contacto con la naturaleza y en comunión con mis pensamientos sutiles en un grado mayor.
El primer valle a recorrer fue el Valle del Choapa. Luego de atravesar una montaña con un oscuro túnel en su cumbre, dejo atrás la V región. Los paisajes súbitamente se vuelven semiáridos, los cactus cubren las montañas. Me interné lentamente en este bello lugar del país. Me ha llamado mucho la atención Combarbalá. Un pintoresco pueblo con muchas de sus casas hechas de adobe y con un aspecto colonial, algo que no es nada común en Chile. Me senté en la plaza de armas a comer algunas pasas y algunos sandwichs, en compañía de dos ancianos, quienes me comentaban algunas historias:
- En este pueblo solía vivir una familia que hizo un pacto con el diablo. Se hicieron ricos de la noche a la mañana. ¿Usted cree en los pactos con el diablo?
- Uff. Es una pregunta dificil - le respondí - son temas en los cuales no me gusta meterme.
-Dicen que en las cercanías de estos pueblos se esconden grandes tesoros, escondidos por ahí desde los tiempo de la guerra del pacífico con Perú y Bolivia, verdaderos trofeos.
-¿y será que usted sabe donde puede quedar alguno?
- La verdad es que no, están muy bien escondidos. ¿usted cree que esas leyendas de tesoros sean ciertas?
- Yo si creo, en las guerras se cometen muchas injusticias y atrocidades sin sentido.
Un tesoro o una reliquia robada y luego enterrada es perfectamente posible.
-Hace muchos años yo hice el servicio militar (el anciano recordaba perfectamente los nombres de los batallones, escuadras y lugares de entrenamiento y conflicto, de momento yo los he olvidado) Nos tocó ir a la montaña, y cuidar que los bolivianos no atraviesen el río. Casi se desato la guerra.
El viejo hombre habló por cerca de una hora, contando cada detalle de lo sucedido, mientras yo lo escuchaba atentamente. Un capítulo no oficial de la historia se contaba ante mis narices, con anécdotas que siempre es grato escuchar. Hasta que le vino el hambre y se retiró para almorzar en su casa. Yo seguí mi camino, por los verdes valles y las secas montañas, llenas de historia y misterio, llenas de arte de antiguas civilizaciones.
Seguí avanzando tranquilamente, en duras jornadas de cien kilómetros por día, levantándome temprano por la mañana y deteniendo a Rocinante con la caída de los últimos rayos del sol en la tarde. Conforme avanzaba, más aumentaban las extensiones de viñedos cubriendo los valles, produciendo uva pisquera, asimismo, más se secaba la montaña en su parte superior. Me resultaba impresionante ver como los cielos se volvían cada vez más limpios y más estrellas cubrían la bóveda celeste.
Al atardecer del quinto día, me encontré en la cima de un paso. Miré el GPS para conocer la altura y resultó ser que me encontraba nada más y nada menos que a dos mil metros por sobre el nivel del mar. ¿En que momento subí tanto?- me preguntaba internamente.
Como el siguiente pueblo se encontraba a treinta kilómetros y justo, en lo alto del paso se había un parador con un techo, decidí dormir en el lugar, al aire libre, sin carpa, mirando las estrellas, dibujando el rostro de Alejandra en las constelaciones. Esta vez en los cielos mas limpios del mundo.
La nitidez de las estrellas no dejaba de maravillarme, pasaban las horas, se oscurecía la noche y yo solo observaba el cielo. De repente, una estrella fugaz comienza a brillar en el firmamento, se acercaba rápidamente.
- Es una buena oportunidad para pedir un deseo - pienso en mi interior - pero la estrella se va agrandando. - Deseo besar en la boca a esa colombiana bella - ese fue mi deseo - y la estrella seguía creciendo
- Pero que carajo está pasando, la estrella fugaz se agrandaba y agrandaba, ya luego parecía del tamaño de una pelota de fútbol. Comencé a temer, veía ante mis ojos algo desconocido. Se tornó rápidamente de color verde, y en eso, súbitamente, se esfumó.
Ya pasado el miedo no me quedo mas que pensar :¡Que maravilla! Estos valles realmente tienen una mística fuera de lo común.
Mi última noche en Argentina contemple las estrellas, desde las alturas de la cordillera de los Andes, con cielos despejados y sueños puestos al lado de las estrellas. Alguna vez le dije a Alejandra que cuando mirara la luna me recordaría de ella, de su sonrisa y de su carita de niña alegre. Ese era un momento para ver su rostro dibujado en el cielo, para llenar mi corazón de nuevas esperanzas. Al siguiente día entraría en Chile y comenzaría la última etapa del trayecto. Aquel sueño que por tantos años podía ver en mi mente, ya se encontraba muy próximo a ser cumplido.
Entré a Chile con el cansancio que implica atravesar la cordillera por uno de los pasos más transitados por camiones de América: El paso "los libertadores". Un lugar enclavado en las alturas y custodiado por los altos guardianes de esas viejas montañas: los cóndores.
La cordillera se encontraba nevada, una tormenta la había azotado días atrás. Comencé el descenso para entrar definitivamente en mi país por Los Caracoles. Una larga bajada que le hace honor a su nombre, veintinueve vueltas en las que me movía de allá para acá y de acá para allá, para ir rápidamente descendiendo con rumbo a Los Andes, la primera ciudad Chilena.
Al llegar a esta ciudad, visité algunos de sus lugares y conversé con algunos mendigos. Emprendí rumbo a un descanso, uno que de hace mucho tiempo había querido hacer: en casa de mis abuelos y contándo algunas de mis historias al tata Beto.
Me dirigí hasta Villa Alemana en Chile, por caminos poco transitados; alejados de la civilización, observando un Chile que la gran mayoría de sus habitantes desconoce, un Chile pobre, en donde el milagro de las Américas no ha llegado, un lugar en donde el jaguar de América Latina se vuelve un gatito que necesita de un biberón para ser alimentado.
Sorprendido por la pobreza que no sabía que existía en mi país, llegué a casa de mis abuelos. Estaba sucio, cansado, con muchos kilos menos y a solo mil quinientos kilómetros de mi casa.
Aproveche esos dos días para darme un merecido descanso y compartir con la familia. Al fin y al cabo, sólo ésta queda y es con quien se deben compartir los momentos memorables, sean buenos o malos. Los momentos en buena compañía siempre son una excelente inversión del tiempo.
...Y seguí mi rumbo norte (o rumbo casa) por los interiores de la IV región; lugares elevados, siempre subiendo y bajando. Ésta parte del viaje realmente me ha sorprendido, pues no pensé que fuera a ser tanta la belleza del lugar. Los verdes valles alimentados por un río, contrastados con el color arenoso de las montañas, hacen de éstos unos paisajes muy singulares.
A pesar de todo, Chile me parece un país extraño, una especie de isla en medio de América Latina. El desierto en el norte y la Cordillera de los Andes al este representan verdaderas murallas que, desde los tiempos inmemoriables, han mantenido a Chile en un estado de aislamiento. Y esta característica de alguna manera ha influido en la gente. En estos parajes no puedo conseguir alojamiento en los bomberos; una estrategia que siempre fue un as bajo la manga, acá no da resultado alguno; asimismo, las sedes sociales, en las cuales siempre fue imposible contactar al encargado que me permitiera dormir en un lugar seguro. Algo no está funcionando bien. ¿Será que la gente de acá no está interesada en apoyar un proyecto tan loco como recorrer América Latina en Bicicleta?, ¿Será que por las duras jornadas y mi aspecto cansado, mi apariencia se ha vuelto poco fiable?, o ¿será que definitivamente la gente del lugar no gusta de los extraños? Preguntas como estas rondaban en mi cabeza, así que, finalmente, decidí moverme de manera totalmente independiente; que el cielo y las estrellas fueran mi techo, los cóndores y animales mis guardianes, los ríos y vertientes mi fuente de agua para mis duchas. Era momento de entrar en contacto con la naturaleza y en comunión con mis pensamientos sutiles en un grado mayor.
El primer valle a recorrer fue el Valle del Choapa. Luego de atravesar una montaña con un oscuro túnel en su cumbre, dejo atrás la V región. Los paisajes súbitamente se vuelven semiáridos, los cactus cubren las montañas. Me interné lentamente en este bello lugar del país. Me ha llamado mucho la atención Combarbalá. Un pintoresco pueblo con muchas de sus casas hechas de adobe y con un aspecto colonial, algo que no es nada común en Chile. Me senté en la plaza de armas a comer algunas pasas y algunos sandwichs, en compañía de dos ancianos, quienes me comentaban algunas historias:
- En este pueblo solía vivir una familia que hizo un pacto con el diablo. Se hicieron ricos de la noche a la mañana. ¿Usted cree en los pactos con el diablo?
- Uff. Es una pregunta dificil - le respondí - son temas en los cuales no me gusta meterme.
-Dicen que en las cercanías de estos pueblos se esconden grandes tesoros, escondidos por ahí desde los tiempo de la guerra del pacífico con Perú y Bolivia, verdaderos trofeos.
-¿y será que usted sabe donde puede quedar alguno?
- La verdad es que no, están muy bien escondidos. ¿usted cree que esas leyendas de tesoros sean ciertas?
- Yo si creo, en las guerras se cometen muchas injusticias y atrocidades sin sentido.
Un tesoro o una reliquia robada y luego enterrada es perfectamente posible.
-Hace muchos años yo hice el servicio militar (el anciano recordaba perfectamente los nombres de los batallones, escuadras y lugares de entrenamiento y conflicto, de momento yo los he olvidado) Nos tocó ir a la montaña, y cuidar que los bolivianos no atraviesen el río. Casi se desato la guerra.
El viejo hombre habló por cerca de una hora, contando cada detalle de lo sucedido, mientras yo lo escuchaba atentamente. Un capítulo no oficial de la historia se contaba ante mis narices, con anécdotas que siempre es grato escuchar. Hasta que le vino el hambre y se retiró para almorzar en su casa. Yo seguí mi camino, por los verdes valles y las secas montañas, llenas de historia y misterio, llenas de arte de antiguas civilizaciones.
Seguí avanzando tranquilamente, en duras jornadas de cien kilómetros por día, levantándome temprano por la mañana y deteniendo a Rocinante con la caída de los últimos rayos del sol en la tarde. Conforme avanzaba, más aumentaban las extensiones de viñedos cubriendo los valles, produciendo uva pisquera, asimismo, más se secaba la montaña en su parte superior. Me resultaba impresionante ver como los cielos se volvían cada vez más limpios y más estrellas cubrían la bóveda celeste.
Al atardecer del quinto día, me encontré en la cima de un paso. Miré el GPS para conocer la altura y resultó ser que me encontraba nada más y nada menos que a dos mil metros por sobre el nivel del mar. ¿En que momento subí tanto?- me preguntaba internamente.
Como el siguiente pueblo se encontraba a treinta kilómetros y justo, en lo alto del paso se había un parador con un techo, decidí dormir en el lugar, al aire libre, sin carpa, mirando las estrellas, dibujando el rostro de Alejandra en las constelaciones. Esta vez en los cielos mas limpios del mundo.
La nitidez de las estrellas no dejaba de maravillarme, pasaban las horas, se oscurecía la noche y yo solo observaba el cielo. De repente, una estrella fugaz comienza a brillar en el firmamento, se acercaba rápidamente.
- Es una buena oportunidad para pedir un deseo - pienso en mi interior - pero la estrella se va agrandando. - Deseo besar en la boca a esa colombiana bella - ese fue mi deseo - y la estrella seguía creciendo
- Pero que carajo está pasando, la estrella fugaz se agrandaba y agrandaba, ya luego parecía del tamaño de una pelota de fútbol. Comencé a temer, veía ante mis ojos algo desconocido. Se tornó rápidamente de color verde, y en eso, súbitamente, se esfumó.
Ya pasado el miedo no me quedo mas que pensar :¡Que maravilla! Estos valles realmente tienen una mística fuera de lo común.
En los siguientes días me dedique a recorrer el Valle del Elqui. Muy hermoso, no me atrevería a decir que él mas hermoso de todos, sin embargo, el más turístico.
Tomé rumbo Cochihuaz. Me hablaron que en ese lugar se ubica una gigante roca hecha de magnetita, piedra sagrada de los Incas y otras etnias indígenas que habitaban allí, con arte rupestre de un lado y un pié del otro, una marca del diablo según el folclore local.
Un buen lugar para comenzar y para meditar bajo su sombra.
Al salir del pueblo, sencillamente decidí parar a dormir en Monte Grande, a tan solo quince kilómetros del lugar. Éste lugar es conocido en el mundo entero, por ser en donde Gabriela Mistral, la gran maestra de Chile y premio nobel de literatura, hizo su obra. Un hermoso y frío río atraviesa el pueblo, regando las verdes plantaciones de uva. Decidí parar a dormir en sus orillas, la magia del valle coronado por secas montañas hacen que acampar en un lugar como ese, sea realmente memorable. En este lugar, ya se encontraban acampando tres personajes: el Hippie chico, el Pelao y la Rusia. Tres personas que viven en la calle, y sencillamente se llaman así.
Preparamos una cena, lo compartimos todo. Mientras comíamos el Pelao me ofreció una camiseta. Le respondí que no se preocupara, cargo todo lo que necesito en mis alforjas. Luego seguimos comiendo.
Pensaba seguir mi camino en la mañana del día siguiente. La Rusia me invitó a almorzar con ellos, para compartir un poco más, a lo que acepté y compartimos un poco mas de sus vidas.
- Yo soy sociólogo- me comentó el hippie chico, un hombre de cincuenta y cinco años - Pero nunca me gusto la oficina ni vivir la vida como me dicen que debo hacerlo. Sólo trabaje algunos años desde entonces, me dedico a fabricar y vender artesanías. Yo soy un hombre de la calle y he escogido esta vida.
- Será que está diciendo la verdad - me preguntaba en mi interior. A juzgar por su aspecto ya nada quedaba del hombre intelectual que pudo haber sido antaño, por lo que tocaba llevar el análisis un poco más allá y ver su claridad de pensamientos.- ¿Cual será el propósito de la vida?
- Yo no sé, sólo sé que muchos creen que la felicidad radica en acumular cosas, dinero, éxito, pero eso solamente va creando más necesidades y apegos materiales. Puede ser que el verdadero sentido sea vivir la vida como uno quiere, ayudando a los demás y así a uno mismo.
- Mmm.- pensé. Este hombre habla muy fluído y tal parece ser que la calle le ha enseñado muchas cosas. A pesar de estar y vivir en la calle, se ha tomado el tiempo de pensar que hacer con su vida. No ha seguido a la masa. - ¿y ustedes chicos, a que se dedican?- Le pregunto a los dos chicos restantes.
- Nosotros , hacemos malabares en los semáforos y con eso, nos ganamos la vida durante el día, durante la noche colocamos nuestras carpas en las afueras de una estación de servicios, allá debemos levantarnos antes de las 8:00 am, luego viene la gente del aseo municipal - Me comenta la Rusia.
- ¿y viven normalmente en la misma ciudad?
- No, ahora estamos en La Serena, solo hemos venido aquí a conocer un poco. ¡No se puede vivir en La Serena y no conocer en Valle del Elqui! - me dice con una sonrisa de oreja a oreja. - Pero normalmente viajamos, hemos estado en Iquique, Antofagasta, Copiapó, Viña del Mar, y así. Cuando nos aburrimos de un lugar, nos vamos a otro. - ¿ Y tú que haces por aquí?
-Conociendo América Látina, dándole un vueltita en bicicleta.
Y nos echamos a reir y conversamos durante horas. La sencillez de sus rostros, la alegría de vivir la vida momento a momento sin preocupaciones los hacía muy amenos. Y pensar que pueden sufrir de discriminación social en las calles, aún así me han acogido como uno más, aunque sea compartiendo un camping por un día.
Luego de un buen almuerzo seguí mi camino, descendiendo por el Valle, entre montañas desérticas, viñedos y gente simpática, hasta llegar por la noche a Vicuña. Había pasado por este pueblo algunos días antes y sabía de un buen lugar para acampar, al lado de una estación de servicio.
-Y tu muchacho, ¿que haces por allá con esa bicicleta?. Mejor ven y pon tu carpa aquí al lado de la mía y así nos cuidamos entre los dos de los borrachos y los ladrones - Me comenta Cristian, otro hombre de la calle, quien venía al valle a vender cinturones de cuero, fabricados por los presos de las cárceles.
Esta es otra oportunidad de compartir con gente pobre y sin hogar, personas a las cuales muchas veces se les tiene miedo y que también,a veces, son hombres de esfuerzo, en búsqueda de una forma de vivir. La sociedad los ha marginado.
El caso de este hombre era un tanto diferente, se encontraba en el lugar para hacer un poco de dinero y llevarlo con su familia en el sur de Chile. Allá tenía su casa. Sin embargo, mientras trabajaba, la calle era su hogar. El poco dinero que ganaría será para su familia, para que ellos estén bien.
- La calle está llena de gente buena- pienso para mis adentros. La sociedad me parece algo cruel. Ese gusto de no incluir a todos.
Temprano por la mañana salí con rumbo a La Serena, a visitar a mi tío Pablo y su familia. Descansar dos días y prepararme para el último tramo de la aventura. Los siguientes dos días serán además, para conversar.
...Mi tío me acerco algunos kilómetros (dos días después), un poco más allá de la salida de la ciudad.
A 870 kilómetros está mi hogar, mis padres. Estoy a siete días de llegar a Antofagasta y Pedaleando latinoamerica ya llega a su fin. En frente tengo el desierto de Atacama, el lugar más árido en todo el planeta, con sectores en los que no ha caído una sola gota de agua en mas de 400 años y además, muchas subidas y bajadas.
Por siete días atravesé el desierto de Atacama y como siempre, los caminos desolados tuvieron la preferencia.
En Vallenar, decidí avanzar rumbo norte por la costa. La combinación montaña, desierto y mar es única y ese era un excelente momento para disfrutar de éste tipo de paisajes.
Durante tres días me encontré recorriendo el desierto por un camino desolado y hermoso que, a pesar de estar en el Atacama, estaba lleno de vida. Manadas de Guanacos corrían hacia las montañas o el mar tras el paso de Rocinante, los cactus adornaban de verde los llanos, las aves carroñeras sobrevolaban mi cabeza, esperando tal vez que éste ciclista caiga rendido por la sed. Pero no sabían que llevaba el corazón encendido, que no me rendiría en el desierto. Mi sueño está por cumplirse y eso me llena de fuerzas para atravesar este tramo que sin duda alguna, ha llevado mi mente hasta el límite.
Cerca de Antofagasta a tan solo 70 km y por el camino principal, hago una parada en la mano del desierto, llamo a mi padre para avisarle que estoy cerca y aprovecho de comer unas galletas para reponer lo último de energías que me queda, y sigo. Ahora el camino no es nada fácil, pues se ha vuelto un infierno lleno de grandes camiones, pero no importa, mi casa ya está cerca.
Y lentamente me voy acercando, pedaleo tras pedaleo, con el cuerpo casi por desfallecer. Hasta que un letrero señalizando Antofagasta hacia la izquierda, indica el inicio de la bajada a casa.
Suenan las bocinas de los vehículos al encontrarme entrando en la ciudad, mi hermana, mi madre y mi pequeña sobrina me han ido a saludar y dar ánimos en lo último que queda. Abrazos y mas abrazos.
Y sigo mi camino a casa, ya sólo quedan tres kilómetros por delante y el sol se comienza a poner de color naranjo, comienza a tocar el océano en la lejanía buscando su escondite para pasar la noche. La llegada no podía ser mejor. Un bello atardecer y la familia.
Y es con esa magnífica puesta de sol de día viernes que Pedaleando Latinoamerica ha llegado a su fin
Atrás quedan 23 países, 29.023 kilómetros pedaleados y muchas experiencias vividas por las tierras de nuestro continente; viajando lentamente a través de selvas, desiertos y montañas; desde Chile hasta México. Puedo decir que algo conozco de nuestra herencia y nuestras tradiciones, que algo conozco de nuestra gente; desde los indígenas que habitan en el corazón de la amazonia, hasta personas con importantes cargos. Hoy puedo decir que algo he aprendido, que de dado un pequeño paso en el arte de vivir.
Tomé rumbo Cochihuaz. Me hablaron que en ese lugar se ubica una gigante roca hecha de magnetita, piedra sagrada de los Incas y otras etnias indígenas que habitaban allí, con arte rupestre de un lado y un pié del otro, una marca del diablo según el folclore local.
Un buen lugar para comenzar y para meditar bajo su sombra.
Al salir del pueblo, sencillamente decidí parar a dormir en Monte Grande, a tan solo quince kilómetros del lugar. Éste lugar es conocido en el mundo entero, por ser en donde Gabriela Mistral, la gran maestra de Chile y premio nobel de literatura, hizo su obra. Un hermoso y frío río atraviesa el pueblo, regando las verdes plantaciones de uva. Decidí parar a dormir en sus orillas, la magia del valle coronado por secas montañas hacen que acampar en un lugar como ese, sea realmente memorable. En este lugar, ya se encontraban acampando tres personajes: el Hippie chico, el Pelao y la Rusia. Tres personas que viven en la calle, y sencillamente se llaman así.
Preparamos una cena, lo compartimos todo. Mientras comíamos el Pelao me ofreció una camiseta. Le respondí que no se preocupara, cargo todo lo que necesito en mis alforjas. Luego seguimos comiendo.
Pensaba seguir mi camino en la mañana del día siguiente. La Rusia me invitó a almorzar con ellos, para compartir un poco más, a lo que acepté y compartimos un poco mas de sus vidas.
- Yo soy sociólogo- me comentó el hippie chico, un hombre de cincuenta y cinco años - Pero nunca me gusto la oficina ni vivir la vida como me dicen que debo hacerlo. Sólo trabaje algunos años desde entonces, me dedico a fabricar y vender artesanías. Yo soy un hombre de la calle y he escogido esta vida.
- Será que está diciendo la verdad - me preguntaba en mi interior. A juzgar por su aspecto ya nada quedaba del hombre intelectual que pudo haber sido antaño, por lo que tocaba llevar el análisis un poco más allá y ver su claridad de pensamientos.- ¿Cual será el propósito de la vida?
- Yo no sé, sólo sé que muchos creen que la felicidad radica en acumular cosas, dinero, éxito, pero eso solamente va creando más necesidades y apegos materiales. Puede ser que el verdadero sentido sea vivir la vida como uno quiere, ayudando a los demás y así a uno mismo.
- Mmm.- pensé. Este hombre habla muy fluído y tal parece ser que la calle le ha enseñado muchas cosas. A pesar de estar y vivir en la calle, se ha tomado el tiempo de pensar que hacer con su vida. No ha seguido a la masa. - ¿y ustedes chicos, a que se dedican?- Le pregunto a los dos chicos restantes.
- Nosotros , hacemos malabares en los semáforos y con eso, nos ganamos la vida durante el día, durante la noche colocamos nuestras carpas en las afueras de una estación de servicios, allá debemos levantarnos antes de las 8:00 am, luego viene la gente del aseo municipal - Me comenta la Rusia.
- ¿y viven normalmente en la misma ciudad?
- No, ahora estamos en La Serena, solo hemos venido aquí a conocer un poco. ¡No se puede vivir en La Serena y no conocer en Valle del Elqui! - me dice con una sonrisa de oreja a oreja. - Pero normalmente viajamos, hemos estado en Iquique, Antofagasta, Copiapó, Viña del Mar, y así. Cuando nos aburrimos de un lugar, nos vamos a otro. - ¿ Y tú que haces por aquí?
-Conociendo América Látina, dándole un vueltita en bicicleta.
Y nos echamos a reir y conversamos durante horas. La sencillez de sus rostros, la alegría de vivir la vida momento a momento sin preocupaciones los hacía muy amenos. Y pensar que pueden sufrir de discriminación social en las calles, aún así me han acogido como uno más, aunque sea compartiendo un camping por un día.
Luego de un buen almuerzo seguí mi camino, descendiendo por el Valle, entre montañas desérticas, viñedos y gente simpática, hasta llegar por la noche a Vicuña. Había pasado por este pueblo algunos días antes y sabía de un buen lugar para acampar, al lado de una estación de servicio.
-Y tu muchacho, ¿que haces por allá con esa bicicleta?. Mejor ven y pon tu carpa aquí al lado de la mía y así nos cuidamos entre los dos de los borrachos y los ladrones - Me comenta Cristian, otro hombre de la calle, quien venía al valle a vender cinturones de cuero, fabricados por los presos de las cárceles.
Esta es otra oportunidad de compartir con gente pobre y sin hogar, personas a las cuales muchas veces se les tiene miedo y que también,a veces, son hombres de esfuerzo, en búsqueda de una forma de vivir. La sociedad los ha marginado.
El caso de este hombre era un tanto diferente, se encontraba en el lugar para hacer un poco de dinero y llevarlo con su familia en el sur de Chile. Allá tenía su casa. Sin embargo, mientras trabajaba, la calle era su hogar. El poco dinero que ganaría será para su familia, para que ellos estén bien.
- La calle está llena de gente buena- pienso para mis adentros. La sociedad me parece algo cruel. Ese gusto de no incluir a todos.
Temprano por la mañana salí con rumbo a La Serena, a visitar a mi tío Pablo y su familia. Descansar dos días y prepararme para el último tramo de la aventura. Los siguientes dos días serán además, para conversar.
...Mi tío me acerco algunos kilómetros (dos días después), un poco más allá de la salida de la ciudad.
A 870 kilómetros está mi hogar, mis padres. Estoy a siete días de llegar a Antofagasta y Pedaleando latinoamerica ya llega a su fin. En frente tengo el desierto de Atacama, el lugar más árido en todo el planeta, con sectores en los que no ha caído una sola gota de agua en mas de 400 años y además, muchas subidas y bajadas.
Por siete días atravesé el desierto de Atacama y como siempre, los caminos desolados tuvieron la preferencia.
En Vallenar, decidí avanzar rumbo norte por la costa. La combinación montaña, desierto y mar es única y ese era un excelente momento para disfrutar de éste tipo de paisajes.
Durante tres días me encontré recorriendo el desierto por un camino desolado y hermoso que, a pesar de estar en el Atacama, estaba lleno de vida. Manadas de Guanacos corrían hacia las montañas o el mar tras el paso de Rocinante, los cactus adornaban de verde los llanos, las aves carroñeras sobrevolaban mi cabeza, esperando tal vez que éste ciclista caiga rendido por la sed. Pero no sabían que llevaba el corazón encendido, que no me rendiría en el desierto. Mi sueño está por cumplirse y eso me llena de fuerzas para atravesar este tramo que sin duda alguna, ha llevado mi mente hasta el límite.
Cerca de Antofagasta a tan solo 70 km y por el camino principal, hago una parada en la mano del desierto, llamo a mi padre para avisarle que estoy cerca y aprovecho de comer unas galletas para reponer lo último de energías que me queda, y sigo. Ahora el camino no es nada fácil, pues se ha vuelto un infierno lleno de grandes camiones, pero no importa, mi casa ya está cerca.
Y lentamente me voy acercando, pedaleo tras pedaleo, con el cuerpo casi por desfallecer. Hasta que un letrero señalizando Antofagasta hacia la izquierda, indica el inicio de la bajada a casa.
Suenan las bocinas de los vehículos al encontrarme entrando en la ciudad, mi hermana, mi madre y mi pequeña sobrina me han ido a saludar y dar ánimos en lo último que queda. Abrazos y mas abrazos.
Y sigo mi camino a casa, ya sólo quedan tres kilómetros por delante y el sol se comienza a poner de color naranjo, comienza a tocar el océano en la lejanía buscando su escondite para pasar la noche. La llegada no podía ser mejor. Un bello atardecer y la familia.
Y es con esa magnífica puesta de sol de día viernes que Pedaleando Latinoamerica ha llegado a su fin
Atrás quedan 23 países, 29.023 kilómetros pedaleados y muchas experiencias vividas por las tierras de nuestro continente; viajando lentamente a través de selvas, desiertos y montañas; desde Chile hasta México. Puedo decir que algo conozco de nuestra herencia y nuestras tradiciones, que algo conozco de nuestra gente; desde los indígenas que habitan en el corazón de la amazonia, hasta personas con importantes cargos. Hoy puedo decir que algo he aprendido, que de dado un pequeño paso en el arte de vivir.