El Norte de Brasil
Después de una larga noche navegando y bordeando la isla de Marajo, he llegado finalmente a Macapa. La última ciudad a visitar en las riveras del rio Amazonas. El calor azota, pero normalmente en cuanto más caluroso es el lugar, más cálida y alegre es la gente.
Me detengo a mirar el horizonte, y aun no dejan de sorprenderme las vistas del rio amazonas, tan grande, tan imponente, tan majestuoso. Un monstruo fluvial que en Macapa he finalmente terminado de recorrer. Muchas lindas experiencias quedan atrás, pero aun muchas interesantes aventuras me esperan por delante.
Es que me encuentro en esta contemplación, y sin llevar más de cinco minutos en la ciudad, cuando se acerca a conversar conmigo Leandro, un bombero local, que me cuenta que pertenece a un equipo de Trilla, que recorre en bicicleta las rutas del sector. Me invita a hospedar en su casa.
En Brasil la gente es increíblemente amable, y los milagros ocurren en el día a día, desde un hospedaje en la casa de alguien que cordialmente me invita, hasta encontrar frutas en el camino para saciar el hambre y la sed en un entorno caluroso en extremo.
Alrededor de una semana me encontré en estos lugares, en donde tuve un tiempo excelente, compartiendo con Leandro, su familia, y uno que otro miembro del equipo de Trilla, dando entrevistas, recorriendo el sector, pedaleando y sobretodo preparando el paso por la selva y las reservas indígenas, para posteriormente arribar a la Guyana Francesa.
Me detengo a mirar el horizonte, y aun no dejan de sorprenderme las vistas del rio amazonas, tan grande, tan imponente, tan majestuoso. Un monstruo fluvial que en Macapa he finalmente terminado de recorrer. Muchas lindas experiencias quedan atrás, pero aun muchas interesantes aventuras me esperan por delante.
Es que me encuentro en esta contemplación, y sin llevar más de cinco minutos en la ciudad, cuando se acerca a conversar conmigo Leandro, un bombero local, que me cuenta que pertenece a un equipo de Trilla, que recorre en bicicleta las rutas del sector. Me invita a hospedar en su casa.
En Brasil la gente es increíblemente amable, y los milagros ocurren en el día a día, desde un hospedaje en la casa de alguien que cordialmente me invita, hasta encontrar frutas en el camino para saciar el hambre y la sed en un entorno caluroso en extremo.
Alrededor de una semana me encontré en estos lugares, en donde tuve un tiempo excelente, compartiendo con Leandro, su familia, y uno que otro miembro del equipo de Trilla, dando entrevistas, recorriendo el sector, pedaleando y sobretodo preparando el paso por la selva y las reservas indígenas, para posteriormente arribar a la Guyana Francesa.
Rumbo a la selva
Luego de una semana de descanso, suena el despertador. Son las dos y media de la mañana y es hora de partir el recorrido desde Macapa hasta Ferreira Gomes a 135 km de distancia.
Con Alejandro y su enamorada partimos en auto rumbo a una estación de servicio, que es el punto de encuentro con ciclistas locales. Uno a uno llegan los compañeros de viaje quienes comienzan a partir. Al final, y junto al ciclista Sampaio, comienzo esta larga jornada.
Pedalear con la oscuridad de la noche es una experiencia interesante, los pensamientos fluyen claros, el calor del día no pesa sobre el cuerpo, y el amanecer; el paso de la oscuridad a la luz pedaleando sobre una bicicleta ilustrando nuestro paso por resta vida en tan solo unos instantes.
Diez horas de pedaleo intenso (debía seguir el ritmo a ciclistas sin cincuenta kilos de equipaje), para finalmente llegar cerca de las dos de la tarde a Ferreira Gomes. Un bellísimo pueblo a riveras de un rio, en donde aprovecho de descansar, disfrutar la tarde y observar el atardecer. Observar los atardeceres y las cosas simples y bellas de la vida se ha vuelto uno de mis principales entretenciones, para lo cual procuro estar día a día preparado.
Con Alejandro y su enamorada partimos en auto rumbo a una estación de servicio, que es el punto de encuentro con ciclistas locales. Uno a uno llegan los compañeros de viaje quienes comienzan a partir. Al final, y junto al ciclista Sampaio, comienzo esta larga jornada.
Pedalear con la oscuridad de la noche es una experiencia interesante, los pensamientos fluyen claros, el calor del día no pesa sobre el cuerpo, y el amanecer; el paso de la oscuridad a la luz pedaleando sobre una bicicleta ilustrando nuestro paso por resta vida en tan solo unos instantes.
Diez horas de pedaleo intenso (debía seguir el ritmo a ciclistas sin cincuenta kilos de equipaje), para finalmente llegar cerca de las dos de la tarde a Ferreira Gomes. Un bellísimo pueblo a riveras de un rio, en donde aprovecho de descansar, disfrutar la tarde y observar el atardecer. Observar los atardeceres y las cosas simples y bellas de la vida se ha vuelto uno de mis principales entretenciones, para lo cual procuro estar día a día preparado.
La parte final, pedaleando en medio de la reserva indigena Huasa
Adelante de Ferreira Gomes y luego de reponer fuerzas, me esperan más de 500 km, una temperatura promedio sobre los 40° y un paisaje de transición, adentrándome lentamente en la selva. Decido parar en Goiabal, un pueblo perdido de Brasil en la costa atlántica. Las profesoras del sector me invitan cordialmente a hospedar en sus casas, y a dar charlas de mi viaje a sus alumnos, los que en total no superan los diez.
Es en este pueblo que observo uno de los hechos más sorprendentes que he visto en mi vida, que es el océano atlántico retroceder y retroceder hasta perderse de vista y no ser divisado en el horizonte.
Un excelente tiempo en este pequeño pueblo.
Y finalmente, después de reponer energías, inicio el último tramo: Goiabal – Oiapoque . 250 km por en medio de la selva, a través de la reserva indígena Huasa. Alguna vez vi una foto de la selva e imagine que esta era plana, pero ahora y con toda propiedad puedo decir que la selva solo se ve plana desde arriba, el recorrerla a golpe de pedal es un esfuerzo muy fuerte, con innumerables pequeñas cuestas, con altas pendientes y altas temperaturas que ponen a prueba la tenacidad y la fuerza de voluntad.
Pero el esfuerzo siempre trae sus recompensas, bellos ríos a cruzar, conversar con indígenas del sector, y comer frutas silvestres en el camino fueron la recompensa a este gran esfuerzo
Para hacer este recorrido, llevaba muy a mano mi cuchillo de cocinar, pues la gente de ciudad que no conoce realmente la selva, me hablo de los jaguares, anacondas y las “altas probabilidades de toparlos”, afortunadamente los indígenas del sector me dejaron en claro que las fieras tienen tanto miedo de nosotros como nosotros de ellos, y que evitan fuertemente el contacto con los humanos, con lo cual pude seguir tranquilo en medio de la selva, sin temor a tener que enfrentar un jaguar hambriento.
Les menciono que entrar a las reservas en Brasil, solo se puede hacer con autorización escrita de las directivas indígenas, sin embargo no me quedo opción, y dado el largo viaje debí parar a dormir y a pedir agua en las cercanías. Cerca de nueve aldeas indígenas en total, junto con las cuestas y el calor hicieron de este tramo uno de los más interesantes y sufridos de todo el viaje.
Es en este pueblo que observo uno de los hechos más sorprendentes que he visto en mi vida, que es el océano atlántico retroceder y retroceder hasta perderse de vista y no ser divisado en el horizonte.
Un excelente tiempo en este pequeño pueblo.
Y finalmente, después de reponer energías, inicio el último tramo: Goiabal – Oiapoque . 250 km por en medio de la selva, a través de la reserva indígena Huasa. Alguna vez vi una foto de la selva e imagine que esta era plana, pero ahora y con toda propiedad puedo decir que la selva solo se ve plana desde arriba, el recorrerla a golpe de pedal es un esfuerzo muy fuerte, con innumerables pequeñas cuestas, con altas pendientes y altas temperaturas que ponen a prueba la tenacidad y la fuerza de voluntad.
Pero el esfuerzo siempre trae sus recompensas, bellos ríos a cruzar, conversar con indígenas del sector, y comer frutas silvestres en el camino fueron la recompensa a este gran esfuerzo
Para hacer este recorrido, llevaba muy a mano mi cuchillo de cocinar, pues la gente de ciudad que no conoce realmente la selva, me hablo de los jaguares, anacondas y las “altas probabilidades de toparlos”, afortunadamente los indígenas del sector me dejaron en claro que las fieras tienen tanto miedo de nosotros como nosotros de ellos, y que evitan fuertemente el contacto con los humanos, con lo cual pude seguir tranquilo en medio de la selva, sin temor a tener que enfrentar un jaguar hambriento.
Les menciono que entrar a las reservas en Brasil, solo se puede hacer con autorización escrita de las directivas indígenas, sin embargo no me quedo opción, y dado el largo viaje debí parar a dormir y a pedir agua en las cercanías. Cerca de nueve aldeas indígenas en total, junto con las cuestas y el calor hicieron de este tramo uno de los más interesantes y sufridos de todo el viaje.