Honduras: un primer acercamiento
Sigo con mi viaje, observando todo a mi alrededor. La realidad y pobreza de la gente local me conmueve. Está vez es como volver a entrar en la máquina del tiempo, y retroceder aún diez años más con respecto a Nicaragua.
El primer pueblo por el que paso es San Marcos de Colón. Un lugar muy bello y pintoresco, con una interesante plaza en el medio. Acá decido comprar un poco de frutas y comer algo antes de seguir camino. Hasta este punto Honduras se ve muy bello, pero poco a poco comienzo a adentrarme en las profundidades de esta tierra. Luego de subir y bajar por las montañas, comienza una larga bajada, de algunas horas. El escenario comienza a cambiar progresivamente. La belleza de las tierras altas se comienza a desvanecer, los pueblos pintorescos quedan atrás y lentamente comienzo a ver una cara de América Latina, que hasta antes de Honduras había visto muy pocas veces. Comienzo a ver esto en las cercanías de Choluteca.
El escenario es árido, y los costados del camino se encuentran llenos de basura. Al ir pasando por los pequeños poblados, no deja de asombrarme la cantidad de gente pobre tiradas sobre las hamacas en sus casas, rodeados de basura. Me dan la impresión de no tener ningún interés en superar su situación. Conforme avanzo la gente me grita - Gringo- , con algunos me detengo y les explico que no soy gringo, sino Chileno, pero en estos lugares basta con simplemente venir de lejos para ser un gringo. Lamentablemente en algunos lugares la gente insulta, sobretodo los jóvenes. Prefiero seguir camino sin prestar atención. Después de todo, la mayoría siempre apoya y dan palabras de aliento a un proyecto de esta naturaleza.
Avanzo lentamente, a la velocidad de las mariposas, voy intentando conversar con la gente local, los cuales siempre se muestran muy curiosos por la vida que llevo, y piensan que debo traer mucho dinero (ojalá). Luego del primer día de pedaleo, busco un lugar para acampar, me desvío del camino y encuentro un claro en medio de bosque, es perfecto para pasar la noche. Miro las estrellas por cerca de media hora, intentando escuchar que pudieran decirme, pero nada viene a mi mente, así que cocino mi cena y a descansar.
Solo dos días en esta primera entrada, y sigo rumbo al Salvador.
El primer pueblo por el que paso es San Marcos de Colón. Un lugar muy bello y pintoresco, con una interesante plaza en el medio. Acá decido comprar un poco de frutas y comer algo antes de seguir camino. Hasta este punto Honduras se ve muy bello, pero poco a poco comienzo a adentrarme en las profundidades de esta tierra. Luego de subir y bajar por las montañas, comienza una larga bajada, de algunas horas. El escenario comienza a cambiar progresivamente. La belleza de las tierras altas se comienza a desvanecer, los pueblos pintorescos quedan atrás y lentamente comienzo a ver una cara de América Latina, que hasta antes de Honduras había visto muy pocas veces. Comienzo a ver esto en las cercanías de Choluteca.
El escenario es árido, y los costados del camino se encuentran llenos de basura. Al ir pasando por los pequeños poblados, no deja de asombrarme la cantidad de gente pobre tiradas sobre las hamacas en sus casas, rodeados de basura. Me dan la impresión de no tener ningún interés en superar su situación. Conforme avanzo la gente me grita - Gringo- , con algunos me detengo y les explico que no soy gringo, sino Chileno, pero en estos lugares basta con simplemente venir de lejos para ser un gringo. Lamentablemente en algunos lugares la gente insulta, sobretodo los jóvenes. Prefiero seguir camino sin prestar atención. Después de todo, la mayoría siempre apoya y dan palabras de aliento a un proyecto de esta naturaleza.
Avanzo lentamente, a la velocidad de las mariposas, voy intentando conversar con la gente local, los cuales siempre se muestran muy curiosos por la vida que llevo, y piensan que debo traer mucho dinero (ojalá). Luego del primer día de pedaleo, busco un lugar para acampar, me desvío del camino y encuentro un claro en medio de bosque, es perfecto para pasar la noche. Miro las estrellas por cerca de media hora, intentando escuchar que pudieran decirme, pero nada viene a mi mente, así que cocino mi cena y a descansar.
Solo dos días en esta primera entrada, y sigo rumbo al Salvador.
Pedaleando El Salvador
El Salvador, un muy interesante país con fenómenos sociales dignos de mencionar. Hasta antes de entrar al Salvador, pudiera decir que sentía una especie de inseguridad por recorrerlo. Desde el inicio del tramo Centroamérica en Panamá, la gente me ha hablado de lo peligroso que es este país. Al decir que pretendía cruzarlo en bicicleta la gente solía advertirme de los maras, de los asesinos que viven por acá.
Nada mas entrar en este lugar y respire tranquilo, la inseguridad quedó atrás, y los deseos de aventura invadieron mi espíritu. El Salvador me recordó algunos lugares de Colombia, gente cálida, buena para reir, solamente bastaron un par de horas para sentirme completamente en casa.
Ante mi hay dos rutas a escoger, una por la costa y otra por las montañas. Instintivamente me inclino por las montañas y sigo mi camino. Luego de algunas horas cae la noche.
Pregunto a unos muchachos conversando a un costado del camino, si podría colocar mi carpa en el patio de su casa, ellos llaman al tío, quien a su vez llama a la abuela para tomar la decisión. Con la abuelita inmediatamente tuvimos algún tipo de conexión, nos caímos bien, y me invito a hospedar en un cuarto desocupado a un costado de la casa. Es en estos primeros momentos que comienzo a experimentar la idiosincrasia salvadoreña. Conversamos por muchas horas con los miembros de la familia, quienes me explicaban como funcionaban las cosas en el Salvador, y lo marcado que aún se encuentra el país debido a la reciente guerra civil. Es un pueblo sufrido, armado, pero que busca el camino para seguir adelante.
En estas latitudes sobreabundan los Maras, una organización internacional de pandillas, muy violentos. La basura de un sistema que los ha dejado de lado ( Ver en wikipedia ).
Cabe destacar que al irme por los pueblos pequeños en general no me tope con ninguno de ellos en el camino, sin embargo, constantemente fui advertido de tener cuidado.
Luego de una buena noche y mañana de conversación con esta simpática familia, sigo mi camino. Avanzando entre subidas y bajadas por un sinuoso país.
Al caer el mediodía decido parar en una cancha de fútbol a un costado de una pequeña aldea llamada Bella Vista, en donde saco mi cocinilla y preparo mi comida. Al poco rato aparece un caballero, quien trae trozos de madera y comienza a preparar fuego para cocinar, pues en este pueblo es costumbre comer todos juntos bajo las instalaciones de la cancha. Lentamente comienza a llegar la gente, las mujeres que preparan la comida, y los hombres que se comen todo. Además, llegan los vecinos de la aldea aledaña, con quienes jugaron un buen partido de futbol. Muy bonito pueblo, muy bonita gente, que me ha dado una muy buena lección de un buen convivir entre vecinos.
Y así continua mi viaje, con sucesos de menor importancia, hasta llegar a Suchitoto, lugar donde me espera Robert, un Gringo con sangre salvadoreña, quien se ha quedado a vivir en estos lados.
El pueblo me parece realmente espectacular. Tiene algunos parecidos con las mas bellas ciudades coloniales por las que he pasado, sin embargo es solo un pueblo, y lo mejor de todo, prácticamente sin turistas.
Me quedo cuatro días en este lugar, descansando y disfrutando de la cultura y simpatía local. Un pueblo tranquilo, de esos en donde se puede dejar la bicicleta en cualquier lugar, y al regresar, ésta seguirá estando ahí. Un lugar totalmente recomendable.
Y así después de este descanso sigo mi rumbo nuevamente a Honduras. La verdad es que con el primer paso quedé con gusto a poco, por lo que un segundo recorrido se hace totalmente necesario, y así poder vivenciar otras caras de este país.
Nada mas entrar en este lugar y respire tranquilo, la inseguridad quedó atrás, y los deseos de aventura invadieron mi espíritu. El Salvador me recordó algunos lugares de Colombia, gente cálida, buena para reir, solamente bastaron un par de horas para sentirme completamente en casa.
Ante mi hay dos rutas a escoger, una por la costa y otra por las montañas. Instintivamente me inclino por las montañas y sigo mi camino. Luego de algunas horas cae la noche.
Pregunto a unos muchachos conversando a un costado del camino, si podría colocar mi carpa en el patio de su casa, ellos llaman al tío, quien a su vez llama a la abuela para tomar la decisión. Con la abuelita inmediatamente tuvimos algún tipo de conexión, nos caímos bien, y me invito a hospedar en un cuarto desocupado a un costado de la casa. Es en estos primeros momentos que comienzo a experimentar la idiosincrasia salvadoreña. Conversamos por muchas horas con los miembros de la familia, quienes me explicaban como funcionaban las cosas en el Salvador, y lo marcado que aún se encuentra el país debido a la reciente guerra civil. Es un pueblo sufrido, armado, pero que busca el camino para seguir adelante.
En estas latitudes sobreabundan los Maras, una organización internacional de pandillas, muy violentos. La basura de un sistema que los ha dejado de lado ( Ver en wikipedia ).
Cabe destacar que al irme por los pueblos pequeños en general no me tope con ninguno de ellos en el camino, sin embargo, constantemente fui advertido de tener cuidado.
Luego de una buena noche y mañana de conversación con esta simpática familia, sigo mi camino. Avanzando entre subidas y bajadas por un sinuoso país.
Al caer el mediodía decido parar en una cancha de fútbol a un costado de una pequeña aldea llamada Bella Vista, en donde saco mi cocinilla y preparo mi comida. Al poco rato aparece un caballero, quien trae trozos de madera y comienza a preparar fuego para cocinar, pues en este pueblo es costumbre comer todos juntos bajo las instalaciones de la cancha. Lentamente comienza a llegar la gente, las mujeres que preparan la comida, y los hombres que se comen todo. Además, llegan los vecinos de la aldea aledaña, con quienes jugaron un buen partido de futbol. Muy bonito pueblo, muy bonita gente, que me ha dado una muy buena lección de un buen convivir entre vecinos.
Y así continua mi viaje, con sucesos de menor importancia, hasta llegar a Suchitoto, lugar donde me espera Robert, un Gringo con sangre salvadoreña, quien se ha quedado a vivir en estos lados.
El pueblo me parece realmente espectacular. Tiene algunos parecidos con las mas bellas ciudades coloniales por las que he pasado, sin embargo es solo un pueblo, y lo mejor de todo, prácticamente sin turistas.
Me quedo cuatro días en este lugar, descansando y disfrutando de la cultura y simpatía local. Un pueblo tranquilo, de esos en donde se puede dejar la bicicleta en cualquier lugar, y al regresar, ésta seguirá estando ahí. Un lugar totalmente recomendable.
Y así después de este descanso sigo mi rumbo nuevamente a Honduras. La verdad es que con el primer paso quedé con gusto a poco, por lo que un segundo recorrido se hace totalmente necesario, y así poder vivenciar otras caras de este país.
Por las montañas de Honduras
Entré a Honduras por segunda vez por las montañas, y el recorrido fue integramente por las montañas.
Luego de timbrar mi pasaporte, y comprar algunas cosas en el primer lugar de paso llamado Ocotepeque, comienzo una larga subida, de alrededor de quince kilómetros. Los poblados en esta subida son muchos, y muy bonitos. Pude ver muchos hombres que subían muchos kilómetros hasta el bosque, arrastrando un carrito, sobre el cual depositaban madera y luego de esto, se tiraban cuesta abajo dirigiendo con sus pies el "manubrio", y cargando la madera que después venderían.
Conforme avanzaba, el cerro se llenaba de plantaciones de café. La gente de esta parte de Honduras es muy diferente de la que habita en las tierras bajas, estos son muy conversadores, muy amables. Nadie me grita en la calle, y puedo sentirme muy tranquilo. Si bien la gente de esta zona es pobre, llevan su pobreza de una manera muy diferente, sus caminos y calles están limpios, y para ganarse su dinero, salen a vender frutas, miel, y otras cosas a la carretera.
Luego de recorrer estas bellas montañas, llego a la ciudad de Santa Rosa de Copán, una ciudad con un lindo centro en donde me quedé a descansar, y prepararme para seguir rumbo a las ruinas de Copán, un complejo arqueológico Maya muy bello, caracterizado por gravados en sus pirámides, y esculturas por doquier.
Para llegar a este lugar es que encontré una buena ruta; caminos de tierra, pequeños pueblos, y mucha montaña. Y como en todos los pueblos perdidos, excelente hospitalidad de la gente y lindos paisajes.
Es en estos caminos, que las pendientes toman niveles desproporcionados, por lo que constantemente me toca bajar de Rocinante y empujar por algunos metros. Quedo agotadísimo, pero afortunadamente al final de este camino, y solo algunos metros antes de la intercepción con la carretera es que corre un río, donde aprovecho de darme un buen baño, y de cocinar una buena comida, pues estoy realmente hambriento.
Y así al llegar la tarde llego a Copan Ruinas, en donde por primera vez visito una antigua ciudad Maya.
Luego de timbrar mi pasaporte, y comprar algunas cosas en el primer lugar de paso llamado Ocotepeque, comienzo una larga subida, de alrededor de quince kilómetros. Los poblados en esta subida son muchos, y muy bonitos. Pude ver muchos hombres que subían muchos kilómetros hasta el bosque, arrastrando un carrito, sobre el cual depositaban madera y luego de esto, se tiraban cuesta abajo dirigiendo con sus pies el "manubrio", y cargando la madera que después venderían.
Conforme avanzaba, el cerro se llenaba de plantaciones de café. La gente de esta parte de Honduras es muy diferente de la que habita en las tierras bajas, estos son muy conversadores, muy amables. Nadie me grita en la calle, y puedo sentirme muy tranquilo. Si bien la gente de esta zona es pobre, llevan su pobreza de una manera muy diferente, sus caminos y calles están limpios, y para ganarse su dinero, salen a vender frutas, miel, y otras cosas a la carretera.
Luego de recorrer estas bellas montañas, llego a la ciudad de Santa Rosa de Copán, una ciudad con un lindo centro en donde me quedé a descansar, y prepararme para seguir rumbo a las ruinas de Copán, un complejo arqueológico Maya muy bello, caracterizado por gravados en sus pirámides, y esculturas por doquier.
Para llegar a este lugar es que encontré una buena ruta; caminos de tierra, pequeños pueblos, y mucha montaña. Y como en todos los pueblos perdidos, excelente hospitalidad de la gente y lindos paisajes.
Es en estos caminos, que las pendientes toman niveles desproporcionados, por lo que constantemente me toca bajar de Rocinante y empujar por algunos metros. Quedo agotadísimo, pero afortunadamente al final de este camino, y solo algunos metros antes de la intercepción con la carretera es que corre un río, donde aprovecho de darme un buen baño, y de cocinar una buena comida, pues estoy realmente hambriento.
Y así al llegar la tarde llego a Copan Ruinas, en donde por primera vez visito una antigua ciudad Maya.