Los primeros días en la República Dominicana.
El día uno de Agosto, alrededor de las 5 de la mañana, me levanto un poco cansado, pero con mucho ánimo pues ha llegado el momento de iniciar viaje en un nuevo país: República Dominicana.
Luego de tomar un buen desayuno con don Pepe, en la ciudad de la Habana en Cuba, me monto en Rocinante rumbo al aeropuerto. Aún es de noche, sin embargo en las calles de la Habana ya hay movimiento. Al llegar al aeropuerto y registrar mi equipaje, me llevo una muy grata sorpresa; mi bicicleta no debe pagar su pasaje.
Algunas horas mas tarde aterrizo en la ciudad de Santo Domingo. El día esta caluroso, soleado. En la entrada del aeropuerto comienzo lentamente a ensamblar mi bicicleta y cada una de sus alforjas. Poco a poco, se comienza a acercar la gente, primero uno me pregunta porque estoy en un aeropuerto con una bicicleta. Al comentarle que estoy dando la vuelta por Latinoamérica a pedal, se asombra y comienza a hacer una pregunta tras otra, luego se va acerando mucha más gente, todos haciendo en general las mismas preguntas.
Después de armar a Rocinante ante la atenta mirada de muchos dominicanos, emprendo rumbo al centro de la ciudad a unos 25 kilómetros del lugar. Al pedalear tan solo un par de metros, ya se comienza a notar la abrumante diferencia entre República Dominicana y Cuba. Ambos países caribeños, pero increíblemente diferentes. Atrás quedan los carteles de propaganda revolucionaria, las fotografías del Ché Guevara, Fidel Castro e inclusive Hugo Chávez, ahora comienza nuevamente la propaganda publicitaria. Atrás quedan las carretas tiradas por caballos y los cuidadosos conductores, ahora debo estar atento pues estoy en una selva repleta de automóviles todos apurados por llegar a su destino.
A duras penas llego al centro de la ciudad, llego sorprendido, pues no veía conductores tan agresivos desde hacía ya mucho tiempo, moviéndose, literalmente, por cualquier lado de la pista. Me cuesta trabajo adaptarme a los locos del volante en esta República, sobre todo considerando que venía desde Cuba, un país aparentemente atrasado cuarenta años con respecto a RD.
Descanso algunas horas en el centro, observando la gente pasar, mirando las construcciones, bebiendo un buen café y mientras tanto, esperando a Ángela; amiga de una de mis tías en Chile, que me invitó a pasar algunos días en su casa junto a su familia.
En su casa aprovecho los días para descansar y preparar el plan de rutas a recorrer por República Dominicana.
Luego de tomar un buen desayuno con don Pepe, en la ciudad de la Habana en Cuba, me monto en Rocinante rumbo al aeropuerto. Aún es de noche, sin embargo en las calles de la Habana ya hay movimiento. Al llegar al aeropuerto y registrar mi equipaje, me llevo una muy grata sorpresa; mi bicicleta no debe pagar su pasaje.
Algunas horas mas tarde aterrizo en la ciudad de Santo Domingo. El día esta caluroso, soleado. En la entrada del aeropuerto comienzo lentamente a ensamblar mi bicicleta y cada una de sus alforjas. Poco a poco, se comienza a acercar la gente, primero uno me pregunta porque estoy en un aeropuerto con una bicicleta. Al comentarle que estoy dando la vuelta por Latinoamérica a pedal, se asombra y comienza a hacer una pregunta tras otra, luego se va acerando mucha más gente, todos haciendo en general las mismas preguntas.
Después de armar a Rocinante ante la atenta mirada de muchos dominicanos, emprendo rumbo al centro de la ciudad a unos 25 kilómetros del lugar. Al pedalear tan solo un par de metros, ya se comienza a notar la abrumante diferencia entre República Dominicana y Cuba. Ambos países caribeños, pero increíblemente diferentes. Atrás quedan los carteles de propaganda revolucionaria, las fotografías del Ché Guevara, Fidel Castro e inclusive Hugo Chávez, ahora comienza nuevamente la propaganda publicitaria. Atrás quedan las carretas tiradas por caballos y los cuidadosos conductores, ahora debo estar atento pues estoy en una selva repleta de automóviles todos apurados por llegar a su destino.
A duras penas llego al centro de la ciudad, llego sorprendido, pues no veía conductores tan agresivos desde hacía ya mucho tiempo, moviéndose, literalmente, por cualquier lado de la pista. Me cuesta trabajo adaptarme a los locos del volante en esta República, sobre todo considerando que venía desde Cuba, un país aparentemente atrasado cuarenta años con respecto a RD.
Descanso algunas horas en el centro, observando la gente pasar, mirando las construcciones, bebiendo un buen café y mientras tanto, esperando a Ángela; amiga de una de mis tías en Chile, que me invitó a pasar algunos días en su casa junto a su familia.
En su casa aprovecho los días para descansar y preparar el plan de rutas a recorrer por República Dominicana.
Un pequeño, diverso y muy bello país.
Luego de una semana de descanso en casa de Ángela y su familia, emprendí mi rumbo hacia el este del país. Primer destino: las famosas playas del este. Antes de salir, con Ángela fuimos al supermercado y cargamos una de mis alforjas con comida y víveres, que me duraron hasta casi terminar el viaje, esa fue sólo una pequeña muestra de la amabilidad dominicana y del interés que ellos manifiestan en ayudar al extranjero.
Para comenzar, decidí tomar la autopista que va bordeando la costa. Normalmente evito este tipo de rutas, pero muchos atractivos se encontraban alrededor de esta; paradisíacas playas y cavernas.
Ya luego de algunas horas de pedaleo, dos cosas me comienzan a llamar profundamente la atención en este país: por un lado, la amabilidad y hospitalidad de su gente, y por el otro, sus pésimos conductores, dispuestos a cualquier cosa con tal de ahorrar un minuto en su rápido camino. Aún recuerdo el segundo día de recorrido, pedaleando por un pueblo llamado La Romana, un conductor de camión tocaba y tocaba la bocina, al mirar hacia atrás, este venía a toda velocidad, y como no estaba dispuesto a disminuirla simplemente tocaba la bocina para que yo me hiciera a un lado. La verdad es que no quiero saber que se siente enfrentarse a un "trailer", por lo que con los pocos segundos que me quedaban aproveché de subir rápidamente la bicicleta a la vereda, y esperar el paso del inconsciente conductor. Si en ese momento hubiera tenido a mano el palo con el que apoyo la bicicleta, de seguro hubiera agarrado a palos a ese conductor, quien con toda certeza se fue pensando en que ejerció su derecho al libre trafico, ya que como él era el que tenía el vehículo mas grande, creía que podía pasar fácilmente por quien estuviera adelante suyo.
Me pongo nervioso, afortunadamente hasta este momento ya había visto los principales atractivos que se encontraban en las cercanías de la carretera principal, así que decido alejarme de los caminos troncales, y tomar rumbo por caminos mas tranquilos, por pueblos mas pequeños y libres del trafico voraz. Miro mi mapa y veo que hay unos interesantes caminos a través de las plantaciones de cañas de azúcar, por esto, apenas llegué al pueblo Batey Magdalena, me adentré en estos solitarios senderos.
Avanzo lentamente con el viento en contra y por caminos de tierra y piedra. En algunos de los pueblos, me fue muy difícil entablar conversaciones, la mayoría de sus habitantes hablaban otra lengua; el Patuá, idioma hablado en el vecino país de Haití. Algunos dominicanos de estos campos, me comentaban que allí la mayoría de los habitantes eran haitianos, que venían a trabajar en la zafra (corte de cañas de azúcar) y luego decidían quedarse, pues en su país no tenían oportunidades de trabajo. En general, reconocía a los haitianos por su piel, ya que son de raza negra pura.
Seguí avanzando hasta llegar al pueblo de Verón, ya un lugar grande a tan sólo seis kilómetros de Punta Cana, el lugar mas visitado de la isla y supuestamente, una de las mejores playas del caribe. Ya era tarde, y como el día siguiente sería mi jornada de descanso, decidí llegar hasta Punta Cana.
Acá me llevo una gran sorpresa, las playas son privadas y sus accesos están restringidos por grandes hoteles y resorts que se instalaron a unos metros de la orilla.
No encuentro un lugar donde quedarme, definitivamente no encajo en medio de tanto lujo y confort, además que mi presupuesto no está planificado para gastar algunos miles de dólares por noche. Una de las opciones es devolverme a Verón, pero una repentina lluvia me dejó mojado y parado en el lugar. Como no encuentro un lugar apropiado para colocar la carpa, decido hacer un creativo invento, la "hamaca-carpa", que si bien no funcionó en absoluto, al menos me dio un mal lugar para dormir y un montón de risas durante la lluviosa noche. Coloco la hamaca en medio de dos árboles, y sobre ésta, coloco la capa impermeable de la carpa sobre la cual se deslizaría el agua y mantendría la hamaca seca. A los pocos minutos de puesto el invento en su lugar, comenzó una copiosa lluvia. Minutos después, el agua comenzó a traspasar directamente la capa impermeable y a mojarme directamente en el abdomen. Salir del lugar no tenía ningún sentido pues me hubiera mojado aún mas, por lo que me quedo bajo el agua, intentando dormir. Ya pasada la lluvia y con todo mojado, no tengo mas opción que seguir durmiendo, entre risas por la situación, con un poco de frío, pero al menos en un lugar de clima cálido. Creo que no mas inventos en lo que queda de viaje. En un rincón del caribe puede resultar incluso chistoso, pero esta misma situación en algún lugar frío del continente y la historia hubiera sido muy distinta.
A la mañana siguiente me demoro un tiempo en partir, pues coloco mi ropa a secar. Doy unas vueltas por el lugar, y finalmente decido pasar el día en una playa cercana a unos 10 km. Punta Cana no me pareció un buen lugar en absoluto, solo un montón de hoteles caros, y accesos restringidos a las playas. Todo hecho para el turista con una buena cantidad de recursos económicos. Decido irme a una bella playa a tan solo 10 km del lugar, Cabeza de Toro, en donde paro a descansar el resto del día.
En este lugar me pasó algo muy curioso, y por lo que realmente debo dar gracias. Al llegar, conocí a los guardias de algunas instalaciones hoteleras con quienes compartí algunas horas de conversación, luego de una buena siesta bajo la sombra de las palmeras, a un costado de este paradisíaco balneario, me invitaron a pasar la noche en el lugar, como ellos eran los guardias, yo podría colocar mi carpa y contar con la seguridad de su vigilancia. Dada la confianza establecida, aprovecho para salir a recorrer los alrededores y dejo la bicicleta bajo su cuidado. Ellos se ofrecieron a hacerlo, así que salí a recorrer por algunas horas.
Ya entrada la noche, decido volver al lugar, para colocar la carpa y dormir. Curiosamente no encuentro a nadie, sólo la bicicleta y las alforjas aparentemente completas. Para mi sorpresa la bicicleta estuvo sola por horas a la vista de todos en la playa; y hubo un ladrón de buen corazón, que sólo tomo el inflador. Pude respirar algo tranquilo, pues creo que tuve suerte. Se pudieron haber robado la bicicleta con todo, pero sólo tomaron un pequeño utensilio. A donde quiera que esté ese ladrón, gracias por NO robarme todo y mandar mi proyecto a termino. Esto me deja una buena enseñanza, y no volveré a ser tan confiado para dejar al cargo de cualquiera mi bicicleta.
Luego de descansar un día, emprendo rumbo a la península de Samaná. Dos días de camino, por pequeños pueblos y caminos de tierra. En estos lugares comienzo a ver una cara mas real del país. Hay muchos pueblos en los costados del camino, la gente vive humildemente, y siempre tiene una cara alegre que mostrar y un plato de comida para dar. Allí, la gente siempre se da vuelta a mirar. El tráfico vehicular es bajísimo y el hecho de que un viajero pase en su bicicleta les causa siempre impresión. Así recorriendo tranquilamente llego hasta la playa el Limón. Al entrar en esta, le pregunto a un campesino acerca de cual es el mejor lugar para acampar. Me mira con cara de preocupación y me dice que este es un pésimo lugar para dormir al aire libre, por las noches bajan muchachos que toman los cocos de las palmeras y luego los venden para conseguir droga, problemática real en estos alejados rincones. Afortunadamente, me invita a su casa, en ella tiene un cuarto libre que puedo usar. Al llegar a casa preparamos un buen plato de arroz con huevos, y conversamos hasta altas horas de la noche. Hablamos de la vida, las personas, las mujeres. El era un campesino muy sabio, quien en su humildad no era fácil apreciar su sabiduría, pues no siempre somos capaces de verla en las personas mas humildes y en desventaja económica.
Así prosigo el camino lentamente por los senderos de la República Dominicana, atrás quedan los locos del volante, y en estos pueblos solo veo gente tranquila y humilde. Los dominicanos son un pueblo alegre, que no gusta de conflictos y con una hospitalidad de nota muy alta. En este país nunca pagué un hotel. En general al llegar la tarde, si estaba de camino, alguien se acercaba en una moto y me invitaba a hospedar en su casa, lo mismo al parar a preguntar por orientación. Y si hay algo que destaca por aquí, es la gran belleza escénica del país. República Dominicana es un país muy pequeño, pero su belleza natural es de considerar, nada tiene que envidiar a los grandes países de América. Sus playas, sus costas, las imponentes montañas, y su bella gente se conjugan para hacer de este un país al cual siempre será grato volver.
Al entrar en la Península de Samaná, decido parar a descansar en un pequeño pueblo llamado el Limón, famoso por un bello salto enclavado en sus montañas. Al llegar acá coloco mi carpa en el patio de la casa de un lugareño, a un costado del sendero que lleva a la cascada. Al día siguiente, a primera hora, aprovecho para dirigirme a sus aguas, y observar por horas esta maravilla, mientras el agua cae y cae.
Decido parar el día completo a descansar en este poblado, aquí es donde conozco a Maikol, un pequeño de unos 13 años que me invitó a quedarme en casa con su abuela. Maikol representa muy bien a un importante sector de los dominicanos. Por las mañanas debe levantarse temprano, y junto con su abuela salir con sus caballos a pararse a un costado del sendero que lleva a la casacada, a la espera del arribo de turistas, quienes llegaran al lugar montados. Con esto se aseguran los ingresos para subsistir.
Luego de llegar a su casa, Maykol muy desinteresadamente se ofreció a mostrarme las maravillas del lugar, los ríos, cavernas escondidas y sobre todo incluirme para compartir con su familia.
Al día siguiente me preparé para seguir camino, y la verdad es que al ver la difícil vida que lleva él junto a su abuela, decido aportarle algo de dinero. El lo rechaza, solo tomo un equivalente a un dolar, y el resto lo puso en mis manos diciéndome que yo lo necesitaré mas que él. Montó su caballo y nos despedimos, el parte rumbo a la cascada en busca de turistas y yo rumbo oeste, en busca del silencio y las altas montañas de la cordillera central. Como dije anteriormente, Maykol representa muy bien la hospitalidad, amabilidad, el desinterés y lo conversadores que son los dominicanos. Situaciones como esta ocurrieron casi todos los días, nunca pague un hotel durante todo el mes que estuve en este país y siempre tuve compañía. Solo narro brevemente esta historia por ser muy representativa del espíritu curioso, hospitalario y apoyador de los dominicanos. siempre muy dispuestos a conocer y ayudar al extranjero.
Ya luego de muchas playas bellísimas, caminos por poblados a baja altura, comienzo a sentir la necesidad de quemar muchas calorías. Paro algunos días en Santiago de los Caballeros, y me preparo para atravesar el país por los poblados de la cordillera central. Fueron días de duras subidas, por caminos por los que no transitaba mas de un vehículo cada dos horas. Ideal para recorrer tranquilo, solo centrado en observar las bellezas de la naturaleza.
Ya cerca de Jarabacoa, y al empezar a subir la última cuesta antes del brusco descenso. Rocinante me regaló una falla de esas en que el bolsillo duele. Pasé cambios para subir una cuesta, y la cadena quedó de tal manera enredada en el tensor que lo dejó despedazado y doblado como quien dobla un alambre.
Con los lugareños del sector tratamos a arreglarlo, alicates por allá y martillazos por acá y el tensor quedo medianamente derecho. Arreglar piezas caras a martillazos no es de las mejores ideas, pero dada la soledad y lo retirado del lugar no había mas opciones. Quedó medianamente derecho, pero al probarlo y pasar solo un cambio, este volvió a quedar aún mas doblado que antes. He quedado parado en medio de una bella ruta de montaña. Afortunadamente, quedé en frente de una casa de buena familia, que me dieron un techo y un buen plato de comida, justo en el momento en que las copiosas lluvias comenzaban a caer.
A la mañana siguiente, antes del amanecer, pasó una camioneta, que me llevó hasta Jarabacoa, lugar al que fuí en busca del repuesto, pero no fue posible conseguirlo en toda la ciudad, por lo que debí dirigirme a otra ciudad llamada la Vega. Allí pude reparar a Rocinante y dejarlo listo para el paso por las montañas.
Dada la magnificencia escénica, decido quedarme algunos días en esta zona del país; los alrededores de Jarabacoa. Me parece realmente fascinante y bella la forma en que la naturaleza se manifiesta; altas montañas, muchas cascadas y la sonrisa en las caras de las personas . La gente local me mostró saltos de agua impresionantes, a los cuales se llegaba por escondidos caminos. Algunos de ellos con aguas tan heladas que no pude soportar mas de veinte segundos al interior.
Los senderos por estos lugares me parece que están siempre subiendo. Poco a poco la temperatura va descendiendo y las vistas volviéndose mas y mas impresionantes. En estos lugares la miseria de los pobladores llega a su máxima expresión. Casas armadas con palos de madera y pisos de tierra, muchas veces cubiertas con un plástico para evitar inundaciones. Muchos de los habitantes de este sector son provenientes de la vecina república de Haití, que vienen acá a trabajar como mano de obra barata, por un sueldo muy inferior a lo cobrado por un dominicano. Estos niveles de miseria no los veía desde hace tiempo, desde mi paso por Guatemala. Tan solo una pequeña muestra de lo golpeado de nuestro continente.
La belleza y majestuosidad escénica muchas veces se mezclaba con la fealdad de la miseria. Pero aún así la belleza reina por sobre lo malo. Y cuando ésta es difícil de ver, siempre llega una situación que facilita las cosas. Antes de caer la noche, fui invitado por Mon, un campesino de montaña, a pasar la noche en su casa, en compañía de él y su hermano. En medio de la montaña y cuando creí que me tocaría acampar, se acercó él en su motocicleta, y me hizo la invitación. Siempre hay oportunidad de compartir un buen café y un buen plato de arroz, pues en medio de la pobreza, los espíritus bondadosos y desapegados a lo material abundan.
Para comenzar, decidí tomar la autopista que va bordeando la costa. Normalmente evito este tipo de rutas, pero muchos atractivos se encontraban alrededor de esta; paradisíacas playas y cavernas.
Ya luego de algunas horas de pedaleo, dos cosas me comienzan a llamar profundamente la atención en este país: por un lado, la amabilidad y hospitalidad de su gente, y por el otro, sus pésimos conductores, dispuestos a cualquier cosa con tal de ahorrar un minuto en su rápido camino. Aún recuerdo el segundo día de recorrido, pedaleando por un pueblo llamado La Romana, un conductor de camión tocaba y tocaba la bocina, al mirar hacia atrás, este venía a toda velocidad, y como no estaba dispuesto a disminuirla simplemente tocaba la bocina para que yo me hiciera a un lado. La verdad es que no quiero saber que se siente enfrentarse a un "trailer", por lo que con los pocos segundos que me quedaban aproveché de subir rápidamente la bicicleta a la vereda, y esperar el paso del inconsciente conductor. Si en ese momento hubiera tenido a mano el palo con el que apoyo la bicicleta, de seguro hubiera agarrado a palos a ese conductor, quien con toda certeza se fue pensando en que ejerció su derecho al libre trafico, ya que como él era el que tenía el vehículo mas grande, creía que podía pasar fácilmente por quien estuviera adelante suyo.
Me pongo nervioso, afortunadamente hasta este momento ya había visto los principales atractivos que se encontraban en las cercanías de la carretera principal, así que decido alejarme de los caminos troncales, y tomar rumbo por caminos mas tranquilos, por pueblos mas pequeños y libres del trafico voraz. Miro mi mapa y veo que hay unos interesantes caminos a través de las plantaciones de cañas de azúcar, por esto, apenas llegué al pueblo Batey Magdalena, me adentré en estos solitarios senderos.
Avanzo lentamente con el viento en contra y por caminos de tierra y piedra. En algunos de los pueblos, me fue muy difícil entablar conversaciones, la mayoría de sus habitantes hablaban otra lengua; el Patuá, idioma hablado en el vecino país de Haití. Algunos dominicanos de estos campos, me comentaban que allí la mayoría de los habitantes eran haitianos, que venían a trabajar en la zafra (corte de cañas de azúcar) y luego decidían quedarse, pues en su país no tenían oportunidades de trabajo. En general, reconocía a los haitianos por su piel, ya que son de raza negra pura.
Seguí avanzando hasta llegar al pueblo de Verón, ya un lugar grande a tan sólo seis kilómetros de Punta Cana, el lugar mas visitado de la isla y supuestamente, una de las mejores playas del caribe. Ya era tarde, y como el día siguiente sería mi jornada de descanso, decidí llegar hasta Punta Cana.
Acá me llevo una gran sorpresa, las playas son privadas y sus accesos están restringidos por grandes hoteles y resorts que se instalaron a unos metros de la orilla.
No encuentro un lugar donde quedarme, definitivamente no encajo en medio de tanto lujo y confort, además que mi presupuesto no está planificado para gastar algunos miles de dólares por noche. Una de las opciones es devolverme a Verón, pero una repentina lluvia me dejó mojado y parado en el lugar. Como no encuentro un lugar apropiado para colocar la carpa, decido hacer un creativo invento, la "hamaca-carpa", que si bien no funcionó en absoluto, al menos me dio un mal lugar para dormir y un montón de risas durante la lluviosa noche. Coloco la hamaca en medio de dos árboles, y sobre ésta, coloco la capa impermeable de la carpa sobre la cual se deslizaría el agua y mantendría la hamaca seca. A los pocos minutos de puesto el invento en su lugar, comenzó una copiosa lluvia. Minutos después, el agua comenzó a traspasar directamente la capa impermeable y a mojarme directamente en el abdomen. Salir del lugar no tenía ningún sentido pues me hubiera mojado aún mas, por lo que me quedo bajo el agua, intentando dormir. Ya pasada la lluvia y con todo mojado, no tengo mas opción que seguir durmiendo, entre risas por la situación, con un poco de frío, pero al menos en un lugar de clima cálido. Creo que no mas inventos en lo que queda de viaje. En un rincón del caribe puede resultar incluso chistoso, pero esta misma situación en algún lugar frío del continente y la historia hubiera sido muy distinta.
A la mañana siguiente me demoro un tiempo en partir, pues coloco mi ropa a secar. Doy unas vueltas por el lugar, y finalmente decido pasar el día en una playa cercana a unos 10 km. Punta Cana no me pareció un buen lugar en absoluto, solo un montón de hoteles caros, y accesos restringidos a las playas. Todo hecho para el turista con una buena cantidad de recursos económicos. Decido irme a una bella playa a tan solo 10 km del lugar, Cabeza de Toro, en donde paro a descansar el resto del día.
En este lugar me pasó algo muy curioso, y por lo que realmente debo dar gracias. Al llegar, conocí a los guardias de algunas instalaciones hoteleras con quienes compartí algunas horas de conversación, luego de una buena siesta bajo la sombra de las palmeras, a un costado de este paradisíaco balneario, me invitaron a pasar la noche en el lugar, como ellos eran los guardias, yo podría colocar mi carpa y contar con la seguridad de su vigilancia. Dada la confianza establecida, aprovecho para salir a recorrer los alrededores y dejo la bicicleta bajo su cuidado. Ellos se ofrecieron a hacerlo, así que salí a recorrer por algunas horas.
Ya entrada la noche, decido volver al lugar, para colocar la carpa y dormir. Curiosamente no encuentro a nadie, sólo la bicicleta y las alforjas aparentemente completas. Para mi sorpresa la bicicleta estuvo sola por horas a la vista de todos en la playa; y hubo un ladrón de buen corazón, que sólo tomo el inflador. Pude respirar algo tranquilo, pues creo que tuve suerte. Se pudieron haber robado la bicicleta con todo, pero sólo tomaron un pequeño utensilio. A donde quiera que esté ese ladrón, gracias por NO robarme todo y mandar mi proyecto a termino. Esto me deja una buena enseñanza, y no volveré a ser tan confiado para dejar al cargo de cualquiera mi bicicleta.
Luego de descansar un día, emprendo rumbo a la península de Samaná. Dos días de camino, por pequeños pueblos y caminos de tierra. En estos lugares comienzo a ver una cara mas real del país. Hay muchos pueblos en los costados del camino, la gente vive humildemente, y siempre tiene una cara alegre que mostrar y un plato de comida para dar. Allí, la gente siempre se da vuelta a mirar. El tráfico vehicular es bajísimo y el hecho de que un viajero pase en su bicicleta les causa siempre impresión. Así recorriendo tranquilamente llego hasta la playa el Limón. Al entrar en esta, le pregunto a un campesino acerca de cual es el mejor lugar para acampar. Me mira con cara de preocupación y me dice que este es un pésimo lugar para dormir al aire libre, por las noches bajan muchachos que toman los cocos de las palmeras y luego los venden para conseguir droga, problemática real en estos alejados rincones. Afortunadamente, me invita a su casa, en ella tiene un cuarto libre que puedo usar. Al llegar a casa preparamos un buen plato de arroz con huevos, y conversamos hasta altas horas de la noche. Hablamos de la vida, las personas, las mujeres. El era un campesino muy sabio, quien en su humildad no era fácil apreciar su sabiduría, pues no siempre somos capaces de verla en las personas mas humildes y en desventaja económica.
Así prosigo el camino lentamente por los senderos de la República Dominicana, atrás quedan los locos del volante, y en estos pueblos solo veo gente tranquila y humilde. Los dominicanos son un pueblo alegre, que no gusta de conflictos y con una hospitalidad de nota muy alta. En este país nunca pagué un hotel. En general al llegar la tarde, si estaba de camino, alguien se acercaba en una moto y me invitaba a hospedar en su casa, lo mismo al parar a preguntar por orientación. Y si hay algo que destaca por aquí, es la gran belleza escénica del país. República Dominicana es un país muy pequeño, pero su belleza natural es de considerar, nada tiene que envidiar a los grandes países de América. Sus playas, sus costas, las imponentes montañas, y su bella gente se conjugan para hacer de este un país al cual siempre será grato volver.
Al entrar en la Península de Samaná, decido parar a descansar en un pequeño pueblo llamado el Limón, famoso por un bello salto enclavado en sus montañas. Al llegar acá coloco mi carpa en el patio de la casa de un lugareño, a un costado del sendero que lleva a la cascada. Al día siguiente, a primera hora, aprovecho para dirigirme a sus aguas, y observar por horas esta maravilla, mientras el agua cae y cae.
Decido parar el día completo a descansar en este poblado, aquí es donde conozco a Maikol, un pequeño de unos 13 años que me invitó a quedarme en casa con su abuela. Maikol representa muy bien a un importante sector de los dominicanos. Por las mañanas debe levantarse temprano, y junto con su abuela salir con sus caballos a pararse a un costado del sendero que lleva a la casacada, a la espera del arribo de turistas, quienes llegaran al lugar montados. Con esto se aseguran los ingresos para subsistir.
Luego de llegar a su casa, Maykol muy desinteresadamente se ofreció a mostrarme las maravillas del lugar, los ríos, cavernas escondidas y sobre todo incluirme para compartir con su familia.
Al día siguiente me preparé para seguir camino, y la verdad es que al ver la difícil vida que lleva él junto a su abuela, decido aportarle algo de dinero. El lo rechaza, solo tomo un equivalente a un dolar, y el resto lo puso en mis manos diciéndome que yo lo necesitaré mas que él. Montó su caballo y nos despedimos, el parte rumbo a la cascada en busca de turistas y yo rumbo oeste, en busca del silencio y las altas montañas de la cordillera central. Como dije anteriormente, Maykol representa muy bien la hospitalidad, amabilidad, el desinterés y lo conversadores que son los dominicanos. Situaciones como esta ocurrieron casi todos los días, nunca pague un hotel durante todo el mes que estuve en este país y siempre tuve compañía. Solo narro brevemente esta historia por ser muy representativa del espíritu curioso, hospitalario y apoyador de los dominicanos. siempre muy dispuestos a conocer y ayudar al extranjero.
Ya luego de muchas playas bellísimas, caminos por poblados a baja altura, comienzo a sentir la necesidad de quemar muchas calorías. Paro algunos días en Santiago de los Caballeros, y me preparo para atravesar el país por los poblados de la cordillera central. Fueron días de duras subidas, por caminos por los que no transitaba mas de un vehículo cada dos horas. Ideal para recorrer tranquilo, solo centrado en observar las bellezas de la naturaleza.
Ya cerca de Jarabacoa, y al empezar a subir la última cuesta antes del brusco descenso. Rocinante me regaló una falla de esas en que el bolsillo duele. Pasé cambios para subir una cuesta, y la cadena quedó de tal manera enredada en el tensor que lo dejó despedazado y doblado como quien dobla un alambre.
Con los lugareños del sector tratamos a arreglarlo, alicates por allá y martillazos por acá y el tensor quedo medianamente derecho. Arreglar piezas caras a martillazos no es de las mejores ideas, pero dada la soledad y lo retirado del lugar no había mas opciones. Quedó medianamente derecho, pero al probarlo y pasar solo un cambio, este volvió a quedar aún mas doblado que antes. He quedado parado en medio de una bella ruta de montaña. Afortunadamente, quedé en frente de una casa de buena familia, que me dieron un techo y un buen plato de comida, justo en el momento en que las copiosas lluvias comenzaban a caer.
A la mañana siguiente, antes del amanecer, pasó una camioneta, que me llevó hasta Jarabacoa, lugar al que fuí en busca del repuesto, pero no fue posible conseguirlo en toda la ciudad, por lo que debí dirigirme a otra ciudad llamada la Vega. Allí pude reparar a Rocinante y dejarlo listo para el paso por las montañas.
Dada la magnificencia escénica, decido quedarme algunos días en esta zona del país; los alrededores de Jarabacoa. Me parece realmente fascinante y bella la forma en que la naturaleza se manifiesta; altas montañas, muchas cascadas y la sonrisa en las caras de las personas . La gente local me mostró saltos de agua impresionantes, a los cuales se llegaba por escondidos caminos. Algunos de ellos con aguas tan heladas que no pude soportar mas de veinte segundos al interior.
Los senderos por estos lugares me parece que están siempre subiendo. Poco a poco la temperatura va descendiendo y las vistas volviéndose mas y mas impresionantes. En estos lugares la miseria de los pobladores llega a su máxima expresión. Casas armadas con palos de madera y pisos de tierra, muchas veces cubiertas con un plástico para evitar inundaciones. Muchos de los habitantes de este sector son provenientes de la vecina república de Haití, que vienen acá a trabajar como mano de obra barata, por un sueldo muy inferior a lo cobrado por un dominicano. Estos niveles de miseria no los veía desde hace tiempo, desde mi paso por Guatemala. Tan solo una pequeña muestra de lo golpeado de nuestro continente.
La belleza y majestuosidad escénica muchas veces se mezclaba con la fealdad de la miseria. Pero aún así la belleza reina por sobre lo malo. Y cuando ésta es difícil de ver, siempre llega una situación que facilita las cosas. Antes de caer la noche, fui invitado por Mon, un campesino de montaña, a pasar la noche en su casa, en compañía de él y su hermano. En medio de la montaña y cuando creí que me tocaría acampar, se acercó él en su motocicleta, y me hizo la invitación. Siempre hay oportunidad de compartir un buen café y un buen plato de arroz, pues en medio de la pobreza, los espíritus bondadosos y desapegados a lo material abundan.
Palabras finales
Y es así como termino de recorrer este sector de Latinoamérica. Definitivamente el caribe me ha fascinado. Si bien sus islas más grandes y representativas son muy pequeñas, no se quedan atrás en bellezas naturales. Es más, me parece que su gente irradia una alegría aún mas profunda que el promedio de los países latinos.
En casi todos los pueblos fui siempre rodeado por curiosos que me hacían una y mil preguntas acerca de mi viaje, nunca me faltó un lugar donde dormir o colocar mi carpa, y siempre hubo un plato de comida disponible al pasar ya sea por ciudades, o por pequeños poblados de montaña.
En las grandes ciudades fui recibido por gente siempre alegre, a veces ocupada, pero aún así con tiempo para conversar con este viajero solitario y mostrar algunas de las bellezas de su tierra.
Luego de un mes de recorrido, República Dominicana se ha vuelto en uno de mis países favoritos, tanto por su gente como por sus paisajes. Si bien sus terribles conductores y la segregación social existente en los principales balnearios no me gustó, todo lo demás me dejo satisfecho.
Son lugares en donde el tiempo pasa lento, como si se hubiese detenido. Un país en donde el sector rural prima por sobre el sector urbano.
Me gustan los lugares en donde la gente esta siempre dispuesta a dar una mano, aún solo sea un poco de información para encontrar el camino. Y esto es en lo que los dominicanos sobresalen con respecto al promedio de los latinos, su mano fácil siempre presta a ayudar, inclusive al extranjero que llega cansado en una bicicleta.
En casi todos los pueblos fui siempre rodeado por curiosos que me hacían una y mil preguntas acerca de mi viaje, nunca me faltó un lugar donde dormir o colocar mi carpa, y siempre hubo un plato de comida disponible al pasar ya sea por ciudades, o por pequeños poblados de montaña.
En las grandes ciudades fui recibido por gente siempre alegre, a veces ocupada, pero aún así con tiempo para conversar con este viajero solitario y mostrar algunas de las bellezas de su tierra.
Luego de un mes de recorrido, República Dominicana se ha vuelto en uno de mis países favoritos, tanto por su gente como por sus paisajes. Si bien sus terribles conductores y la segregación social existente en los principales balnearios no me gustó, todo lo demás me dejo satisfecho.
Son lugares en donde el tiempo pasa lento, como si se hubiese detenido. Un país en donde el sector rural prima por sobre el sector urbano.
Me gustan los lugares en donde la gente esta siempre dispuesta a dar una mano, aún solo sea un poco de información para encontrar el camino. Y esto es en lo que los dominicanos sobresalen con respecto al promedio de los latinos, su mano fácil siempre presta a ayudar, inclusive al extranjero que llega cansado en una bicicleta.