Los diarios de Uruguay
Uruguay es un país pequeño, el más pequeño dentro de los países sudamericanos. Pero sus tradiciones son fuertes y cuenta con personajes de primera línea, entre ellos Carlos Gardel. Es un país de gente que gusta de seguir las reglas ya sea para bien o para mal, es un país que pese a su tamaño ya ha ganado dos mundiales de fútbol, es un país en donde la marihuana se consume como quien fuma un cigarrillo, es un país en donde la gente es realmente atenta. Un país en donde encaje de maravilla.
Trás un primer intento de entrar en Uruguay y no poder sellar pasaporte por estar cerradas las oficinas de migraciones, no me quedó mas opción que pasar una linda noche, a cielo abierto, en medio de la plaza de Quaraí. La última ciudad al sur de Brasil. Dormir en una plaza normalmente no permite descansar bien el cuerpo, no permite descansar bien la mente y muchas veces por la cabeza rondan los pensamientos de inseguridad, ya que un amigo de lo ajeno se pudede acercar. Sin embargo, los habitantes del sector me comentaban que el pueblo era muy tranquilo, y la gente muy hospitalaria; lo cual me daba cierta tranquilidad. Aunque respecto a la hospitalidad, quedé con mis dudas, pues a pesar de conversar con mucha gente, ninguna puerta me fue abierta.
Tarde, y aún de mañana entro en Uruguay. El primer pueblo; Artigas. Muy tranquilo, sereno, aunque el nivel de precios de la ciudad comienza a levantar mis sospechas respecto a un alza en mi presupuesto de viaje. Aquí comienzo a conocer por primera vez a los uruguayos. Personajes a los que por una similitud en el acento, se les suele confundir con los Argentinos. Y bien me parece que son muy diferentes.
Luego de algunas horas de vagabundear por la ciudad, salgo con rumbo a Tacuarembo. Lugar al que planeo llegar en dos días. Salir de Artigas me pone de frente con los paisajes uruguayos. A pesar de ser solo un río el que lo separa con Brasil, se puede apreciar una diferencia en el entorno y también una gran similitud: las grandes distancias entre poblados y estancias.
Pasé la primera noche acampando a un costado del camino, en medio de las estrellas y un millar de luciérnagas. Al segundo día, me espera una larga jornada de 160 km y con mucho viento en contra.
El día es duro. Batallar contra el viento, pone a prueba la paciencia y la constancia de cualquiera. El camino es angosto, aunque afortunadamente con muy poco tráfico. Pasadas las seis de la tarde aprovecho de llamar a Carmen, quien me espera en la ciudad, para comentarle si no hay problemas en llegar al día siguiente. Ella, con su dulce voz, me anima a seguir adelante, que no importa la hora a la que llegue, que ella me esperará. Ufff... tamaño reto que me pone Carmen. Aún estoy a 70 km del lugar, es tarde y estoy cansado y sinceramente creo que no voy a llegar. Pero cuando las fuerzas físicas flaquean, le siguen las fuerza y entereza mental. Decido seguir.
Me tomo cinco cucharadas grandes de azúcar (Pensé que ayudaría de algo) y sigo mi rumbo. A duras penas, solo con la cabeza resonando en mi interior, diciendo que si es posible, que el cansancio será vencido. No acostumbro a pedalear de noche, lo he evitado creo que el 99,9% de los días de viaje y creo que este si valió la pena.
Lentamente comienza a caer la noche, se comienzan a apagar las luces del sol y a salir las estrellas de la noche. Realizar esta extenuante jornada nocturna definitivamente valió la pena. Pude ver algo que nunca me había dado el tiempo de observar. Lentamente al apagarse las luces del día comienzan a aparecer las luces de la noche; en la tierra, manifestadas a través de cientos de miles de luciernagas voladoras, adornando la pampa y uno que otro bosque que aparecía súbitamente, y en el cielo, un millar de estrellas. Ver el contraste de luces en el cielo y en la tierra me llevaba ensimismado. Algo tan simple, y tan bello a la vez conseguía que la energía se mantuviera en mi cuerpo y mantener mi atención totalmente enfocada.
Ya cerca de la una de la mañana, llego al pueblo. En mi poder solo tengo la dirección de Carmen y aparentemente ninguna opción de llamarla. Pensé que llegar de noche sería un verdadero desafío, sin embargo no fue así. Todo el mundo se encuentra en la calle, ya sea bebiendo mate, comiendo un asado, o simplemente conversando. Gracias a esta gran cantidad de gente, fui preguntando y preguntando, hasta que conseguí dar con la casa de Carmen, quien me esperaba junto a Guyleine.
Creo que nos caímos muy bien de primera, ya que a pesar de ser muy tarde, nos acostamos aún mas tarde, aprovechando de conversar, comer y en definitiva, hacer amistad.
Inicialmente, tenía pensado solo quedarme un día, pero estaba cansado. Y además, al estar rodeado de gente que vale la pena conocer, me motivaron a quedarme algunos días más.
Muy lindo tiempo en el que aprovechamos de pasear por pueblos típicos en los alrededores, cortarme el pelo por un peluquero sin experiencia pero muy buena disposición, y de pasar navidad con Guyleine, con una rica cena improvisada
Trás un primer intento de entrar en Uruguay y no poder sellar pasaporte por estar cerradas las oficinas de migraciones, no me quedó mas opción que pasar una linda noche, a cielo abierto, en medio de la plaza de Quaraí. La última ciudad al sur de Brasil. Dormir en una plaza normalmente no permite descansar bien el cuerpo, no permite descansar bien la mente y muchas veces por la cabeza rondan los pensamientos de inseguridad, ya que un amigo de lo ajeno se pudede acercar. Sin embargo, los habitantes del sector me comentaban que el pueblo era muy tranquilo, y la gente muy hospitalaria; lo cual me daba cierta tranquilidad. Aunque respecto a la hospitalidad, quedé con mis dudas, pues a pesar de conversar con mucha gente, ninguna puerta me fue abierta.
Tarde, y aún de mañana entro en Uruguay. El primer pueblo; Artigas. Muy tranquilo, sereno, aunque el nivel de precios de la ciudad comienza a levantar mis sospechas respecto a un alza en mi presupuesto de viaje. Aquí comienzo a conocer por primera vez a los uruguayos. Personajes a los que por una similitud en el acento, se les suele confundir con los Argentinos. Y bien me parece que son muy diferentes.
Luego de algunas horas de vagabundear por la ciudad, salgo con rumbo a Tacuarembo. Lugar al que planeo llegar en dos días. Salir de Artigas me pone de frente con los paisajes uruguayos. A pesar de ser solo un río el que lo separa con Brasil, se puede apreciar una diferencia en el entorno y también una gran similitud: las grandes distancias entre poblados y estancias.
Pasé la primera noche acampando a un costado del camino, en medio de las estrellas y un millar de luciérnagas. Al segundo día, me espera una larga jornada de 160 km y con mucho viento en contra.
El día es duro. Batallar contra el viento, pone a prueba la paciencia y la constancia de cualquiera. El camino es angosto, aunque afortunadamente con muy poco tráfico. Pasadas las seis de la tarde aprovecho de llamar a Carmen, quien me espera en la ciudad, para comentarle si no hay problemas en llegar al día siguiente. Ella, con su dulce voz, me anima a seguir adelante, que no importa la hora a la que llegue, que ella me esperará. Ufff... tamaño reto que me pone Carmen. Aún estoy a 70 km del lugar, es tarde y estoy cansado y sinceramente creo que no voy a llegar. Pero cuando las fuerzas físicas flaquean, le siguen las fuerza y entereza mental. Decido seguir.
Me tomo cinco cucharadas grandes de azúcar (Pensé que ayudaría de algo) y sigo mi rumbo. A duras penas, solo con la cabeza resonando en mi interior, diciendo que si es posible, que el cansancio será vencido. No acostumbro a pedalear de noche, lo he evitado creo que el 99,9% de los días de viaje y creo que este si valió la pena.
Lentamente comienza a caer la noche, se comienzan a apagar las luces del sol y a salir las estrellas de la noche. Realizar esta extenuante jornada nocturna definitivamente valió la pena. Pude ver algo que nunca me había dado el tiempo de observar. Lentamente al apagarse las luces del día comienzan a aparecer las luces de la noche; en la tierra, manifestadas a través de cientos de miles de luciernagas voladoras, adornando la pampa y uno que otro bosque que aparecía súbitamente, y en el cielo, un millar de estrellas. Ver el contraste de luces en el cielo y en la tierra me llevaba ensimismado. Algo tan simple, y tan bello a la vez conseguía que la energía se mantuviera en mi cuerpo y mantener mi atención totalmente enfocada.
Ya cerca de la una de la mañana, llego al pueblo. En mi poder solo tengo la dirección de Carmen y aparentemente ninguna opción de llamarla. Pensé que llegar de noche sería un verdadero desafío, sin embargo no fue así. Todo el mundo se encuentra en la calle, ya sea bebiendo mate, comiendo un asado, o simplemente conversando. Gracias a esta gran cantidad de gente, fui preguntando y preguntando, hasta que conseguí dar con la casa de Carmen, quien me esperaba junto a Guyleine.
Creo que nos caímos muy bien de primera, ya que a pesar de ser muy tarde, nos acostamos aún mas tarde, aprovechando de conversar, comer y en definitiva, hacer amistad.
Inicialmente, tenía pensado solo quedarme un día, pero estaba cansado. Y además, al estar rodeado de gente que vale la pena conocer, me motivaron a quedarme algunos días más.
Muy lindo tiempo en el que aprovechamos de pasear por pueblos típicos en los alrededores, cortarme el pelo por un peluquero sin experiencia pero muy buena disposición, y de pasar navidad con Guyleine, con una rica cena improvisada
Por las largas pampas uruguayas con rumbo Montevideo
Luego de los días de descanso navideño, decido seguir con la travesía con rumbo a Trinidad. En este pueblo me espera Francisco; un hombre de 64 años, que hace unos cinco, dió una vuelta en bicicleta alrededor de Uruguay.
El camino hasta Trinidad se me hace largo, interminable. La pampa muchas veces aburre a cualquiera. Pocos pueblos en el camino, y en general pocas cosas para ver en la ruta misma, aunque afortunadamente, cada vez que aparecía un río aprovechaba de bañarme y de conversar con uno de los miles de uruguayos fanáticos de acampar y de hacer vida social en las riveras de cualquier curso de aguas.
Luego de dos jornadas de pedaleo, llego a Trinidad. En la entrada me espera Francisco y decido quedarme en su casa a descansar por un día.
Este tiempo definitivamente lo necesitaba. Rocinante, esa pobre bicicleta ya necesitaba una atención urgente. La parrilla trasera estaba siendo afirmada solo por un alambre, el sostenedor del bolso delantero quebrado, y los aros completamente desajustados.
Con Francisco fuimos a casa de Gustavo, un amigo suyo con un taller de mecánica de bicicletas. Le dimos una muy buena mano, él hizo un invento muy ingenioso para reemplazar los rayos rotos y la bicicleta quedó muy bien, tan bien como para llegar a la Patagonia. AL final, luego de algunas horas cuando el trabajo ya estaba terminado, yo le pregunto: - y cuanto me cobras por el trabajo - a lo que el me responde:
-Nada, esto es una cooperación para tu viaje.-
Una sencilla respuesta, que muestra un poco el corazón de los uruguayos.
Con Francisco pudimos disfrutar de un buen tiempo y de conversar un montón si bien el tiempo fue breve. Es de esas personas que en poco tiempo pueden volver significativa su visita.
La verdad es que nunca me ha gustado pasar las fechas especiales en soledad. Afortunadamente, Pablo y Silvana,( dos jóvenes planificando una aventura alrededor de Sudamérica) me invitan a pasar año nuevo con ellos. Por lo que tomo rumbo a Montevideo. En el camino, solo una cosa digna de contar ha sucedido, algo que me parece tragicómico y muestra una cara fea de Uruguay. Algo que definitivamente no es común, al menos no de manera tan visible.
Pedaleando por la tarde, llego a un pueblo llamado San José, aparentemente sin nada especial para ver ni hacer. El pueblo me parece frío, la gente indiferente, por lo que decido seguir camino y buscar un lugar para acampar.
A unos diez kilómetros del lugar, diviso un terreno sin cercas (pensé que era público, ya que en Uruguay la mayoría de los terrenos están cerrados). Al estar lo suficientemente alejado de la carretera y de las casas, me pareció seguro para acampar. Sin pensarlo dos veces monte la carpa, cocine algo sencillo, y me largue a dormir profundo, y con la conciencia tranquila por el deber cumplido.
Alrededor de las once de la noche me despierto, afuera de la carpa hay una camioneta encendida, y una linterna alumbrando.- ¡Mierda!- Afuera hay alguien rondando y espero que no sea un ladrón. Salgo de la carpa, para conversar y comprender que es lo que está sucediendo.
Al salir, veo a tres hombres uniformados. Uno de ellos me pide el pasaporte. Es la policía quien ha venido a hacerme una grata visita.
Luego de mostrarles el pasaporte, les comienzo a charlar acerca de quien soy, que hago, porque estoy en el lugar acampando. Los policías rápidamente se convencieron de que no represento ningún peligro para la sociedad acampando en ese lugar, pero me dijeron que es privado y que el dueño no opina lo mismo. En este pueblo, según me contaron los policías, la gente no tiene la costumbre de hablar directamente con quienes pudieran tener alguna diferencia, y prefieren que la policía sea directamente el interlocutor. Y así. luego de charlar algunos minutos con los oficiales, estos se ofrecen a hablar con el dueño para que me permita quedar. Después de todo: ¿que malo pudiera hacer un ciclista en un terreno baldío?
Llaman al dueño al celular, le comentan quien soy y que hago, y entablan una conversación, en la cual los policías le piden su permiso para que yo me pueda quedar. Mientras hablan, comienza a sonar la el aparato de radio de los policías, deben atender otra urgencia. En ese preciso momento otro hombre, del mismo pueblo, está a punto de suicidarse y lanzarse de un puente. Solo me dedico a escuchar. Mientras tanto otro de los policías me comenta que eso pasa todas las semanas. Al menos un intento de suicidio.
Luego de unos minutos, el policía interlocutor me comenta que el dueño no ha accedido, y solo pide que me saquen rápido del lugar. Con vergüenza en el rostro me dice que debo abandonar el sitio. Eso si, se ofrecen a llevarme en la camioneta hasta un camping cercano.
La verdad es que iba sorprendido; tanto el dueño del sitio, como el hombre que pensaba suicidarse, no hacían mas que reflejar la amargura de los habitantes locales. Me comentaban que una de las tasas de suicidios mas altas del mundo se dan en el lugar. Ya tiempo después conversaría con otras personas, para poder entender el por qué de este raro fenómeno.
Al llegar al lugar al que me llevaron los policías, lo primero que leo es un enorme letrero que decía: "NO ACAMPAR", pero en fin. Estos hablaron con la gente y no tuve ningún problema para pasar la noche en ese lugar.
Y seguí mi camino hasta llegar a Montevideo. Acá me recibieron Pablo y Silvana. Unos grandes, con quienes he pasado creo que lo mejores momentos en Uruguay. Su amistad fue sincera, y tuvimos muchos momentos para reir y compartir. Ellos me mostraron la ciudad y lo mas representativo de ella.
Una de las cosas que me llamó la atención en esta gran ciudad, fue la manera en como celebran el año nuevo. Nos acercamos al centro de la ciudad, que es exactamente el punto de las celebraciones, y la locura es total. En algunas calles, la gente lanza agua a los transeúntes desde los departamentos superiores.
Salir seco es casi una misión imposible. A medida que uno se acerca al mercado va cambiando el agua por sidra. Un trago que se vende en botellas plásticas en las esquinas, con el propósito de ser bebido y principalmente lanzado. Vuelan las botellas por los cielos, y vuela el alcohol también, vuelan al ritmo de las batucadas y del candombé. Las mujeres mueven sus caderas de allá para acá al ritmo de los tambores y poco a poco, el ambiente va entrando en un estado de mayor frenesí. Nos quedamos un par de horas. Luego fue momento de salir. La misma muchedumbre que antes lanzaba trago al aire, ya ha bebido tanto, que las locuras lentamente comienzan a aparecer. Es momento de salir, por seguridad.
Puedo decir que los días en Montevideo pasaron rápido, entre conversaciones, sopaipillas y muchos litros de mate. Pablo y Silvana quedaron de pasar a verme a Chile cuando estén en su travesía, y de verdad espero me hagan esa visita. Son de esa gente que siempre es grato volver a encontrarse en la vida.
Y finalmente me dirijo a Colonia del Sacramento. La última ciudad a visitar de éste país. Una ciudad colonial, con arquitectura típica española así como portuguesa. Una muy linda ciudad.
Aquí fui recibido por Mariano. Otro Uruguayo con ese carisma tan especial, con quien recorrí la ciudad tanto de noche como de día, para luego prepararme y tomar el ferry para cruzar a la ciudad de enfrente. Un monstruo, el Gran Buenos Aires.
El camino hasta Trinidad se me hace largo, interminable. La pampa muchas veces aburre a cualquiera. Pocos pueblos en el camino, y en general pocas cosas para ver en la ruta misma, aunque afortunadamente, cada vez que aparecía un río aprovechaba de bañarme y de conversar con uno de los miles de uruguayos fanáticos de acampar y de hacer vida social en las riveras de cualquier curso de aguas.
Luego de dos jornadas de pedaleo, llego a Trinidad. En la entrada me espera Francisco y decido quedarme en su casa a descansar por un día.
Este tiempo definitivamente lo necesitaba. Rocinante, esa pobre bicicleta ya necesitaba una atención urgente. La parrilla trasera estaba siendo afirmada solo por un alambre, el sostenedor del bolso delantero quebrado, y los aros completamente desajustados.
Con Francisco fuimos a casa de Gustavo, un amigo suyo con un taller de mecánica de bicicletas. Le dimos una muy buena mano, él hizo un invento muy ingenioso para reemplazar los rayos rotos y la bicicleta quedó muy bien, tan bien como para llegar a la Patagonia. AL final, luego de algunas horas cuando el trabajo ya estaba terminado, yo le pregunto: - y cuanto me cobras por el trabajo - a lo que el me responde:
-Nada, esto es una cooperación para tu viaje.-
Una sencilla respuesta, que muestra un poco el corazón de los uruguayos.
Con Francisco pudimos disfrutar de un buen tiempo y de conversar un montón si bien el tiempo fue breve. Es de esas personas que en poco tiempo pueden volver significativa su visita.
La verdad es que nunca me ha gustado pasar las fechas especiales en soledad. Afortunadamente, Pablo y Silvana,( dos jóvenes planificando una aventura alrededor de Sudamérica) me invitan a pasar año nuevo con ellos. Por lo que tomo rumbo a Montevideo. En el camino, solo una cosa digna de contar ha sucedido, algo que me parece tragicómico y muestra una cara fea de Uruguay. Algo que definitivamente no es común, al menos no de manera tan visible.
Pedaleando por la tarde, llego a un pueblo llamado San José, aparentemente sin nada especial para ver ni hacer. El pueblo me parece frío, la gente indiferente, por lo que decido seguir camino y buscar un lugar para acampar.
A unos diez kilómetros del lugar, diviso un terreno sin cercas (pensé que era público, ya que en Uruguay la mayoría de los terrenos están cerrados). Al estar lo suficientemente alejado de la carretera y de las casas, me pareció seguro para acampar. Sin pensarlo dos veces monte la carpa, cocine algo sencillo, y me largue a dormir profundo, y con la conciencia tranquila por el deber cumplido.
Alrededor de las once de la noche me despierto, afuera de la carpa hay una camioneta encendida, y una linterna alumbrando.- ¡Mierda!- Afuera hay alguien rondando y espero que no sea un ladrón. Salgo de la carpa, para conversar y comprender que es lo que está sucediendo.
Al salir, veo a tres hombres uniformados. Uno de ellos me pide el pasaporte. Es la policía quien ha venido a hacerme una grata visita.
Luego de mostrarles el pasaporte, les comienzo a charlar acerca de quien soy, que hago, porque estoy en el lugar acampando. Los policías rápidamente se convencieron de que no represento ningún peligro para la sociedad acampando en ese lugar, pero me dijeron que es privado y que el dueño no opina lo mismo. En este pueblo, según me contaron los policías, la gente no tiene la costumbre de hablar directamente con quienes pudieran tener alguna diferencia, y prefieren que la policía sea directamente el interlocutor. Y así. luego de charlar algunos minutos con los oficiales, estos se ofrecen a hablar con el dueño para que me permita quedar. Después de todo: ¿que malo pudiera hacer un ciclista en un terreno baldío?
Llaman al dueño al celular, le comentan quien soy y que hago, y entablan una conversación, en la cual los policías le piden su permiso para que yo me pueda quedar. Mientras hablan, comienza a sonar la el aparato de radio de los policías, deben atender otra urgencia. En ese preciso momento otro hombre, del mismo pueblo, está a punto de suicidarse y lanzarse de un puente. Solo me dedico a escuchar. Mientras tanto otro de los policías me comenta que eso pasa todas las semanas. Al menos un intento de suicidio.
Luego de unos minutos, el policía interlocutor me comenta que el dueño no ha accedido, y solo pide que me saquen rápido del lugar. Con vergüenza en el rostro me dice que debo abandonar el sitio. Eso si, se ofrecen a llevarme en la camioneta hasta un camping cercano.
La verdad es que iba sorprendido; tanto el dueño del sitio, como el hombre que pensaba suicidarse, no hacían mas que reflejar la amargura de los habitantes locales. Me comentaban que una de las tasas de suicidios mas altas del mundo se dan en el lugar. Ya tiempo después conversaría con otras personas, para poder entender el por qué de este raro fenómeno.
Al llegar al lugar al que me llevaron los policías, lo primero que leo es un enorme letrero que decía: "NO ACAMPAR", pero en fin. Estos hablaron con la gente y no tuve ningún problema para pasar la noche en ese lugar.
Y seguí mi camino hasta llegar a Montevideo. Acá me recibieron Pablo y Silvana. Unos grandes, con quienes he pasado creo que lo mejores momentos en Uruguay. Su amistad fue sincera, y tuvimos muchos momentos para reir y compartir. Ellos me mostraron la ciudad y lo mas representativo de ella.
Una de las cosas que me llamó la atención en esta gran ciudad, fue la manera en como celebran el año nuevo. Nos acercamos al centro de la ciudad, que es exactamente el punto de las celebraciones, y la locura es total. En algunas calles, la gente lanza agua a los transeúntes desde los departamentos superiores.
Salir seco es casi una misión imposible. A medida que uno se acerca al mercado va cambiando el agua por sidra. Un trago que se vende en botellas plásticas en las esquinas, con el propósito de ser bebido y principalmente lanzado. Vuelan las botellas por los cielos, y vuela el alcohol también, vuelan al ritmo de las batucadas y del candombé. Las mujeres mueven sus caderas de allá para acá al ritmo de los tambores y poco a poco, el ambiente va entrando en un estado de mayor frenesí. Nos quedamos un par de horas. Luego fue momento de salir. La misma muchedumbre que antes lanzaba trago al aire, ya ha bebido tanto, que las locuras lentamente comienzan a aparecer. Es momento de salir, por seguridad.
Puedo decir que los días en Montevideo pasaron rápido, entre conversaciones, sopaipillas y muchos litros de mate. Pablo y Silvana quedaron de pasar a verme a Chile cuando estén en su travesía, y de verdad espero me hagan esa visita. Son de esa gente que siempre es grato volver a encontrarse en la vida.
Y finalmente me dirijo a Colonia del Sacramento. La última ciudad a visitar de éste país. Una ciudad colonial, con arquitectura típica española así como portuguesa. Una muy linda ciudad.
Aquí fui recibido por Mariano. Otro Uruguayo con ese carisma tan especial, con quien recorrí la ciudad tanto de noche como de día, para luego prepararme y tomar el ferry para cruzar a la ciudad de enfrente. Un monstruo, el Gran Buenos Aires.