Nuevamente en Venezuela, mi país querido.
Luego de casi tres semanas de un merecido descanso en Colombia, retorno a Venezuela. Atravieso por la frontera de San Antonio de Táchira para luego dirigirme al pueblo de Colón a unos 50 km, en donde me reúno nuevamente con Dmitry, mi compañero de viaje por Venezuela y Colombia. En este pueblo nos espera la familia de Jazz, quienes por segunda vez nos reciben. Aprovechamos de descansar los últimos días, comer bien, conocer a la gente de la vecindad y preparar las bicicletas para los siguientes kilómetros que nos esperan.
En Venezuela siempre me he sentido como en casa, buenas conversaciones con una cerveza en la mano con gente recién conocida es la tónica de muchos días, siempre sintiendo la hospitalidad de este querido pueblo.
Llegado el día, emprendemos rumbo al estado de Zulia, afortunadamente la jornada comienza con una bajada de unos 15 km, lo cual no nos viene nada de mal, luego de un buen descanso.
Seguimos disfrutando del cariño de la gente. Decidimos parar en un pueblo a comprar algo de pan, y queso fresco, cuando súbitamente nos vemos rodeados por unas treinta o cuarenta personas. La gente del pueblo viene a conocer a estos ¨locos viajeros¨ que han llegado en bicicletas. Muchos nos preguntan: ¿de donde venimos?, ¿a donde vamos?, ¿porque hacemos estos?, algunos nos hacen dos o tres veces la misma pregunta, y siempre se sorprendían de igual manera al escuchar dos o tres veces que venimos desde Chile y Rusia. Esto nos lleva a pensar que a la gente local le gusta sorprenderse.
Llegada la noche aplicamos la técnica de viaje utilizada en Venezuela, que es preguntar en las fincas si podemos colocar las carpas al interior de sus terrenos, y pasar la noche en un lugar seguro. En Venezuela, y sobre todo en las zonas agrícolas, no se deja a nadie sin posada, por lo que pasamos la noche seguros en una finca, y siempre con gratas conversaciones y recuerdos con los campesinos locales.
En Venezuela siempre me he sentido como en casa, buenas conversaciones con una cerveza en la mano con gente recién conocida es la tónica de muchos días, siempre sintiendo la hospitalidad de este querido pueblo.
Llegado el día, emprendemos rumbo al estado de Zulia, afortunadamente la jornada comienza con una bajada de unos 15 km, lo cual no nos viene nada de mal, luego de un buen descanso.
Seguimos disfrutando del cariño de la gente. Decidimos parar en un pueblo a comprar algo de pan, y queso fresco, cuando súbitamente nos vemos rodeados por unas treinta o cuarenta personas. La gente del pueblo viene a conocer a estos ¨locos viajeros¨ que han llegado en bicicletas. Muchos nos preguntan: ¿de donde venimos?, ¿a donde vamos?, ¿porque hacemos estos?, algunos nos hacen dos o tres veces la misma pregunta, y siempre se sorprendían de igual manera al escuchar dos o tres veces que venimos desde Chile y Rusia. Esto nos lleva a pensar que a la gente local le gusta sorprenderse.
Llegada la noche aplicamos la técnica de viaje utilizada en Venezuela, que es preguntar en las fincas si podemos colocar las carpas al interior de sus terrenos, y pasar la noche en un lugar seguro. En Venezuela, y sobre todo en las zonas agrícolas, no se deja a nadie sin posada, por lo que pasamos la noche seguros en una finca, y siempre con gratas conversaciones y recuerdos con los campesinos locales.
Recorriendo el estado de Zulia y la peligrosa Guajira.
En el segundo día de pedaleo ya nos encontramos de lleno en el estado de Zulia, un estado en donde la mayoría son colombianos, o hijos de colombianos radicados en estas tierras. En esta etapa del viaje es momento de tener una especie de reconciliación con la policía. Como comenté en la primera parte del recorrido por Venezuela, éstos me robaron nada mas y nada menos que mi cámara. Ahora es momento de cambiar la estrategia, simplemente parar en cada puesto de control y pedirles algún favor (como agua o gasolina), para hacerlos entrar en confianza y evitar revisen por completo mi equipaje. La técnica da buen resultado, y pasamos a tener a estos rudos personajes como aliados logísticos de nuestro viaje.
Los paisajes lentamente comienzan a cambiar, el terreno sutilmente se vuelve mas árido, pero la gente es igual de cálida y amable. Por nuestra izquierda se aprecia bellamente la sierra de Perijá, por la derecha, fincas por doquier.
Pedaleamos duro, y decidimos pasar la noche en la ciudad Villa del Rosario, en donde pedimos posada a los bomberos, de quienes nunca escuchamos un no en toda Venezuela. Nos reciben como reyes; una litera, duchas, comida y buena conversación, para pasar un día en este agradable pueblo y luego irnos rumbo al lago Maracaibo.
Durante tres días recorrimos las riberas de este lago; el primero descansando un día completo a orillas en los dominios de una finca, con manglares y palmeras con Cocos. El segundo; recorriendo los pequeños pueblos a orilla de lago. Este segundo día llegamos a un pequeño pueblo llamado El Carmelo, donde nos invitaron a hospedar en la asociación de ganaderos de Zulia, y posteriormente dar algunas entrevistas en la televisión local. Y el tercero atravesando la ciudad de Maracaibo a todo pedal. Esta ciudad es demasiado grande para nosotros. Los ruidos de las bocinas y el tráfico ponen a Dmitry de mal humor, y a mi con una sensación de querer salir rápido del lugar. Así que a todo pedal, y con viento en la espalda, nos dirigimos rumbo a la Guajira Venezolana a descansar un día.
Decidimos parar a descansar en una pequeña aldea Wayuu llamada Sichipes. Al llegar a esta preguntamos a los indígenas acerca de la posibilidad de acampar en la playa para lo cual es necesario pasar por sus tierras. Estos no hacen mas que mirarnos aterrados, el miedo se veía en sus ojos, y comienzan a interrogarnos severamente. Fuimos confundidos con guerrilleros colombianos, los cuales ocasionalmente pasan al lado venezolano escapando de la policía, por lo que debimos mostrar nuestros papeles y documentación para acreditar que somos turistas recorriendo estos recónditos y salvajes lugares.
Afortunadamente pudimos establecer un tipo de confianza con ellos, y nos dejaron quedarnos en la sede comunal. Un grato tiempo con los wayuu, escuchando sus leyendas locales, y recibiendo sus regalos como muestra de amistad.
Los paisajes lentamente comienzan a cambiar, el terreno sutilmente se vuelve mas árido, pero la gente es igual de cálida y amable. Por nuestra izquierda se aprecia bellamente la sierra de Perijá, por la derecha, fincas por doquier.
Pedaleamos duro, y decidimos pasar la noche en la ciudad Villa del Rosario, en donde pedimos posada a los bomberos, de quienes nunca escuchamos un no en toda Venezuela. Nos reciben como reyes; una litera, duchas, comida y buena conversación, para pasar un día en este agradable pueblo y luego irnos rumbo al lago Maracaibo.
Durante tres días recorrimos las riberas de este lago; el primero descansando un día completo a orillas en los dominios de una finca, con manglares y palmeras con Cocos. El segundo; recorriendo los pequeños pueblos a orilla de lago. Este segundo día llegamos a un pequeño pueblo llamado El Carmelo, donde nos invitaron a hospedar en la asociación de ganaderos de Zulia, y posteriormente dar algunas entrevistas en la televisión local. Y el tercero atravesando la ciudad de Maracaibo a todo pedal. Esta ciudad es demasiado grande para nosotros. Los ruidos de las bocinas y el tráfico ponen a Dmitry de mal humor, y a mi con una sensación de querer salir rápido del lugar. Así que a todo pedal, y con viento en la espalda, nos dirigimos rumbo a la Guajira Venezolana a descansar un día.
Decidimos parar a descansar en una pequeña aldea Wayuu llamada Sichipes. Al llegar a esta preguntamos a los indígenas acerca de la posibilidad de acampar en la playa para lo cual es necesario pasar por sus tierras. Estos no hacen mas que mirarnos aterrados, el miedo se veía en sus ojos, y comienzan a interrogarnos severamente. Fuimos confundidos con guerrilleros colombianos, los cuales ocasionalmente pasan al lado venezolano escapando de la policía, por lo que debimos mostrar nuestros papeles y documentación para acreditar que somos turistas recorriendo estos recónditos y salvajes lugares.
Afortunadamente pudimos establecer un tipo de confianza con ellos, y nos dejaron quedarnos en la sede comunal. Un grato tiempo con los wayuu, escuchando sus leyendas locales, y recibiendo sus regalos como muestra de amistad.